domingo, diciembre 23, 2007

Epitafio ideal de fin de año

La risa es como el amor. Lo mejor de ambos es cuando nacen, cuando explotan por sí mismos. La supernova de su sinceridad, la pequeña lágrima que nace con ellos. Cuando se enredan en el cuerpo, en los brazos abiertos que abrazan al mundo, la mañana, y los ojos que atraviesan los espacios insondables, que entran cómodos al pecho, al cuello, a los ojos que los ven y también entran.

Los mejor del amor es cuando te hace sonreír. Lo mejor de la risa es cuando te hace amar. Los mejor de ambos es el sabor detrás del paladar de como haber vencido al tiempo, es la respiración, el cosquilleo en los dedos que se tuercen; las pequeñas pausas, los espasmos, los latidos compartidos.

Lo peor de ambos no es cuando se detienen, es cuando ya no siguen más, cuando se agotan y quedan como el humo débil de una vela que no sobrevivió a la vigilia. Es cuando sabes que eso va a pasar, justo en el instante previo a que suceda. Lo peor de ambos es el silencio que les sigue, es apagarse, es cuando las manos caen y se nos arruga la frente, y nos encorvamos, cuando nos quedamos sentados sin nada que decir, más que recordar y manosear una última vez los que nunca más será.

Lo peor del amor es cuando te desvelas en silencio. Lo peor de la risa es cuando su silencio te desvela. Lo peor de ambos es extrañarlos, son los acordes menores que flotan alrededor, es la melancolía, es la nostalgia.

Lo peor de ambos es la lágrima que queda.

jueves, diciembre 20, 2007

El domingo por la tarde

-¿Me alcanzas el encendedor?-preguntó Tomás a la vez que lo señalaba sin verlo, como si fuera un tanto una orden y otro tanto una ayuda para encontrarlo.

-Acá está-respondió Alex y lo lanzó descuidado.

El cuarto no tenía mucha luz y la poca que se filtraba de esa tarde famélica entre las cortinas se ahogaba, como ellos, en el humo y el ronroneo de la música. Era domingo. Era la hora más muerta de la tarde.

-Creo que este bimestre ha sido bastante seco, pero seco como un tronco viejo, como el pasto quemado por el sol.- Espetó Tomás y dio una pitada- No sé por qué, pero creo que fue atareado, sin respiros.

-¿Qué hablas?

-Sí, en serio, ¿no te parece?- Alex ensayó un silencio, miró por las persianas y se dio media vuelta. Acercó el cenicero a la cama. La canción terminó y el silencio entre esa pista y la siguiente tuvo particular notoriedad. Comenzó Dazed and Confused.

-Oe, y...¿qué fue ayer?-, preguntó Alex.

- ¿Qué fue de qué?

-Qué fue de la flaquita esa pues, con la que estabas conversando.

-Estaba buena ¿no?, Es del Carmelitas, creo que se llama Sandra. Tomás dio otra pitada como para hacer memoria, pero fue tan útil como un salvavidas de granito.

-Sí, jaja, le mostraste el cuaderno que llevas en el morral ¿no?

-Sí, pero ¿qué tiene de malo?

-Nada compare', nada. Pásame otro pucho -Clik. El fuego sale en una llama más bien gorda. Primero se prende el papel del cigarrillo, luego el tabaco y la primera bocanada de humo. -El primer golpe de un pucho prendido con un Zippo es delicioso-Pausa-. Mejor si es en un fino cigarrillo de tabaco rubio. Tomás se queda viendo el humo, como si la frase de Alex se fuera a dibujar en el aire. Los dos se ríen.

-Me quito, ya van a ser las ocho, mañana tengo examen de mate, felizmente ya se acaba el año -dice Tomás. Se levanta, guarda su cajetilla en el bolsillo izquierdo, como lo hará hasta el día que se muera, y sus llaves en el derecho. -Ya nos vemos, despídeme de tus viejos.

-Nos vidrios. Ya se acaba el año, y se viene veranito, lindo veranito.

-Lindo veranito.

miércoles, diciembre 19, 2007

Caída

Este noviembre fue demasiado frío para mi gusto, demasiado seco, demasiado usado; fue un noviembre repetido, desgastado, como un discurso antiguo y obsoleto, como una despedida reiterativa de ocre y humo. Esto se siente ahora tan bien, por fin un poco de silencio. Es como estar frente al mar, frente a la sonrisa mía una nochebuena en la tarde. Ahora todo está borroso, empañado por la neblina, las páginas y las madrugadas y los ceniceros rebozando como pequeños volcanes desgraciados. Es solo este delicado aire rosándome el cabello y el frío sudor de las manos.

A veces todos necesitamos que alguien nos diga que todo va a salir bien, no importa si es en un libro, una canción, en cualquier contexto. Las cosas siempre pasan, se van y solo les queda el surco hecho en la frente cansada, sudando; la almohada y la luz que se consume en la oscuridad del cuarto que solo te tiene a ti, solo a ti.

Silencio

Puntos suspensivos.

Me siento cómodo, casi familiar en esta posición. Y mi mente está liberándose de todo. Me quedan los desvelos y las pausas enormes luego de amar, las soledades acumuladas bajo el pecho en la cama; me quedan también las mentiras que creí y los abrazos que saboreamos, me quedan, me quedan allá, lejos, en el primer paso y se hacen chiquititos, cada vez más pequeños a la distancia. Estoy cómodo.

El aire en mi rostro...

La caída fue rápida, los veinte pisos se hicieron nada, cortesía de la gravedad, y el golpe contra el pavimento fue seco, casi olímpico.

sábado, noviembre 03, 2007

Entretelones

Un rey, déspota, falso, pequeño, pálido y sonriente. Despiadado. Pasea por arrabales y barracones, pero usa pañuelos de seda una sola vez y los quema. Llegó al poder en medio de confusión clamando un derecho irrefutable sin comprobación. Cambió los lugares, los nombres y el tiempo para su beneficio y la memoria se volvió su cuaderno de borrador. Gobernó y vendió vidas en secreto, compró sueños y tomó en copas de hierro para olvidar su propio terror.

Gobernó y sonrió por años y todo era carnaval y sombras. Todo exageración y acostumbró a todos a vivir en un circo hecho teatro. Cada día, cada mes y hasta los años eran un guión que se corregía con edictos de urgencia. Prostitutas cocinaban para él y bailaba solo en su cuarto vistiendo las ropas de sus muertos secretos. Con ellos hablaba. Y los enemigos de la función eran sus entrañables amigos. Sus emisarios eran bufones a los que tiraba hojas embadurnadas en alquitrán y miel y se gozaba en ello, y se deleitaba en el perpetuo secreto de esa retorcida satisfacción. Se echaban como perros famélicos a sus pies y comían las uvas y las alas de pollo que les dejaba caer. Cada uno tiene un papel que representar, en la función todos son piezas que trabajan en sincronía, las que no, se borran mañana con otro edicto, y disolviendo se hacía más pequeño y las arrugas de su frente abismales.

Fue sacado por sus propias tramas enredadas y largado como un perro en una escena que ya no pudo controlar. Era un monstruo deformado de su sombra y sus carcajadas de enanos decibeles. Ahora la función era su defunción y huyó. La obra que tanto demoró en armar desde que cocía en secreto camisas en un taller destartalado cobró vida e inmaterial dominaba todo, se supeditó a las interpretaciones y sin saberlo. Huyó. Corrió y nadie lo vio hacerlo. Convenció a todos que ese día tenía ganas de trotar y se fue mientras envilecidos y por su propia mano comenzaron a perseguirlo, lo descubrieron en parte, pero dentro de la obra infinita que creó. Desde lejos llamaba a sus bufones que se maquillaron entre mercaderes y bailarinas, entre virreyes y aguateros.

Desde otras ciudades les hablaba a todos y muchos que lo aplaudía ya no lo querían y los cuerpos de aquellos muertos ignorados y minúsculos lo llamaban. Ahora libres de la prisión de sus sótanos clamaban la injusticia de sus atroces actos.

Un día llegó y pensó escribir otra vez en su cuaderno de hojas mostazas más capítulos, los tenía escritos en servilletas. Los escribía en sus camisas y en los hilos con que las zurcía. Detrás de sus orejas y de sus párpados y cuando dormía los leía soñaba los giros, los monólogos y los escenarios. Y aún dormido sonreía en una cama más elegante que la del reino que fue festín de sus aberraciones histriónicas. Y cuando fue coqueto a pasear pos las puertas septentrionales, pasó a las orientales y pescó en los ríos que salían con agua marrón. Entonces los cogieron y fue encerrado como sus amigos antiguos y salieron los bufones a defenderlo con malabares y alaridos. Con trajes y filosofías. Con autos apretados como gorgojos y música estridente. Todo cacofonía.

Lo escuchaban, pero le daban la espalda y no lo creía. Pero lo escuchaban y sus apuntes eran inútiles, eran ahora un idioma que no servía. Y se vio secundario. Ya no sonreía. Solo un poco, cuando nadie lo veía, mientras comía pasas en su cuarto gris y ocre sabiéndose todavía actor. Con un fetiche de él mismo se levantaba y solo agradecía el reconocimiento, a la academia. Era su Oscar honorífico.

lunes, octubre 22, 2007

Dos urgencias camino a casa

De manera espontánea pensó el argumento de un relato. Exactamente dos segundos después, justo antes de cruzar la esquina, su cuerpo decidió que era el momento preciso para estar sentado en el baño sin mayor compañía que un libro ya leído o un cigarro. Caminó de prisa concentrado en aquel argumento y en dominar su vientre hinchado, y concentrado en la tarea de concentrarse en ambas cosas.

A una cuadra sabía que un descuido en cualquiera de las dos áreas podría traer consecuencias indeseables. Se dedicó entonces a una cuarta y quinta labor: Pensar cuál de ambas no sería tan perjudicial descuidar y a reducir los intervalos entre pisada y pisada sin que llegue a ser tan absurdo como las caminatas que hacen algunos alrededor del Golf de San Isidro al amanecer y atardecer.

Una cuadra más cerca de casa pensó que acaso esos sujetos con ropa de deporte podrían tener la misma urgencia, de atender más de una urgencia, pero descartó la idea por considerarla muy simple en respuesta y muy difícil en probabilidad. Se pregunto entonces que si al menos uno de ellos pasaba por la susodicha situación, estando con un atuendo adecuado para el correr, por qué no lo hacía, uno no se viste para correr y sale a caminar, lo que si puede resultar de modo inverso, como en este caso en particular. ¿Por qué él no corría? No quería hacerlo y optó por no cuestionar las ausencias de trotes ajenas y no descuidar su historia. Aún no estaba claro si la mujer usaría una chompa roja o unos zapatos diminutos y dorados.

¿Debería correr? Ya solo faltaban dos cuadras más. Una a la derecha, cruzar la pista y listo. No contaba bajar las escaleras, cruzar el pasillo, esperar al ascensor, que suele estar en el décimo primer piso en situaciones análogas a ésta, subir, llegar a la reja, abrirla, cruzar otro pasillo más corto que el anterior, abrir la puerta que siempre estaba junta, caminar cinco metros y llegar, finalmente, al baño. El asunto de irse despojando de la ropa se veía en el tramo final del camino. De pronto un hincón en el vientre, como un rayón de tenedor en el plato. Despiadado y atinado. Metálico y áspero. Saca la mano del bolsillo y ponla en el preciso lugar del dolor, ya dejaste media cuadra atrás con sus luces encendiéndose y sus árboles pubertinos.

Ya hay una casa enteramente amoblada y cuatro diálogos encadenados pos sutiles datos que procuró maquillar y camuflar de él mismo para hallarlos luego. Una descripción que encontraba particularmente ingeniosa y veinte pasos menos para llegar.


El olor del café molido lo golpeó amablemente en el rostro y se detuvo. Siempre le gustó pasar por ese cafetín y mucho más el olor que de él se desprendía. Por ese momento olvidó sus apuros y comenzó a divagar motivado por el aroma, estimulado por un libro que deseó leer y por el hecho en sí de dejar sus pensamientos vagando como caracoles en un jardín. Pero el momento acabó y las urgencias que son la razón de ser de estas líneas lo sacudieron sin reparo. Observó a su alrededor y reconoció que se había quedado casi quieto y que los ojos se le habían entrecerrado. Retomó el camino y el hilo conductor de un argumento. Ya solo faltaba una cuadra, el sudor comenzaba a caer por su frente y a humedecer su pecho, sus manos se cerraron súbitamente por ese frío que casi las consume y otra vez la cuestión, correr o no correr, el tiempo se acababa, la postura iba mutando, cada vez más encorvado como un tronco viejo y el argumento tenía ya ocho capítulos, una despedida triste, seis locaciones y varios calendarios.


Correr o no correr. ¿Qué tan absurdo era hacerlo a estas alturas? ya estaba cerca a casa. Siempre ha considerado que una persona que corre se ve terriblemente ridícula, sin embargo ahí entran a tallar las justificaciones, por ejemplo, si la selección está jugando un partido de las eliminatorias mundialistas en calidad de visitante, pero se trata de un partido que no es definitivo en la tabla de puntuación, sin embargo la ciudad entera está atenta al encuentro contra un rival directo y vamos perdiendo, no falta mucho para que acabe y nos acercamos (sólo nos acercamos por desgracia) al empate, se entiende que alguien que corre lo hace para llegar a ver el partido. En primera instancia se entiende eso, porque lógicamente si quiere verlo, se detendría en una de las tantas tiendas, bares, restaurantes o demás donde hay una tele emitiendo el partido. Entonces no corre para ver el partido, no es tan probable como parece, ¿por qué correr entonces?


La berma. Sólo terminar de cruzar la pista y todo es cuestión de seguir la última parte del trayecto, la detallada ruta de acceso al edificio que culmina con él, finalmente, en el baño. Lo que sucedió no fue nada diferente a lo que se esperaba, la única diferencia fue que antes de llegar al baño, a medio camino en los cinco metros para llegar, recogió el cuaderno donde escribe cada vez menos y un lapicero que se empolvaba a su lado. Veinte minutos después, estaba, lo que podríamos decir, con un peso menos de encima y el cuaderno en las rodillas desnudas. Por fin se logró satisfacer ambas necesidades, el cuaderno estaba escrito, garabateado, rayado y sudado, había escrito como nunca, en trance, como había leído que otros escribían. Complació ambas urgencias a la vez y tras la expulsión se quedó pensado en la conversación que tuvo con una buena amiga días atrás.



"-¿Qué tal te fue con tu proyecto?


-Ahí está, mándame un texto, necesito adaptar un cuento o algo.


-Pero coge uno de mi blog, el que te dije.


-No, escribe uno en especial.


-Lo que pasa es que hace tiempo no puedo escribir por más que lo intento.


-Pero no te preocupes pues, ya podrás, es cuestión de tiempo.


-Mmm, no sé, es que estoy estreñido intelectualmente, supongo.

-...ok, jajaja".

Ya no estaba intelectualmente estreñido, ya no estaba estreñido en ningún sentido de la palabra. Sentado solo y respirando profundamente rió como no lo hacía hace buen tiempo y puso el punto final.

jueves, octubre 18, 2007

Descubrimientos cibernéticos

Siempre he pensado que las cosas salen a la luz de una u otra forma, más aún con todas estas cuestiones del interné y qué se yo. Así es que, divagando en páginas y blogs conocidos, encontré una historia digna de contarse, lamentablemente (para Víctor Adrían Luperdi Sotomayor) es real.


El delator, el publicador de verdades incomodas al mismísimo estilo de Al Gore, no es otro que un buen amigo de la universidad. En fin, no hay más que decir aparte de felicitar la iniciativa. Ustedes opinarán.

domingo, octubre 14, 2007

Relato en diez minutos

Prendió el cigarrillo con la última brasa del anterior y antes de la primera bocanada cerró los ojos y frunció el seño porque el humo se le metió entre los párpados, que ya tenía algo cansados a esa altura de la noche. Tomó un trago de café y lo sintió peculiarmente amargo. Era uno barato, de esos instantáneos que insisten en imitar el sabor del café, pero que tienen algo de plástico y de mueca, pero no era eso, ni la falta de azúcar, ni aun la cubierta que tenía su boca y garganta por la nicotina y el alquitrán de aquella noche, cortesía de los inacabables cigarros que se repetían noche por noche. Tras pasarlo se fastidió y limpió su boca con la manga de su uniforme. Se quedó refunfuñando un momento, pero siguió tomando el café de sobre en la tacita roja de plástico y fumando sus cigarrillos largos y opacos.

Luego de poco más de una hora se levantó lento como si estuviera imantado al banco de madera que el tiempo confabulado con el gélido y seco aire de la puna dejó en pie a duras penas y comenzó a andar. Unos pasos, media vuelta y a regresar pero por otro lado, siempre lento, siempre imitando la rudimentaria forma de un ocho. Por momentos se quedaba quieto, se apoyaba en la pared y encendía otro cigarrillo. A veces renegaba porque los fósforos se apagaban rápido y a veces, tras tararear algún bolero (siempre se le venían a la cabeza boleros en noches como ésta) se quedaba quieto y lo único que se le movía era el cabello como hojas que bailan en la copa de un árbol viejo y reseco, de un árbol solitario en un campo de pastos de verdes opacos y abundantes tonos marrones. Se le movía el cabello y el humo. El viento serrano entraba por la puerta entreabierta y por un tragaluz medio metro encima de la puerta creando una corriente que terminaba funcionando como aire acondicionado. La noche era peculiarmente fría. El pasillo que separaba las celdas era amplio y sus pisadas lentas casi no causaban mayor ruido. Al salir al patio vio el cielo inescrutable, y la chompa negra con cuello de tortuga que llevaba bajo la camisa que llevaba bajo la casaca bien podría considerarse imprescindible, pues a pesar de todo sintió la noche amigable y el frío no lo sintió, como siempre, en las rodillas.

La mañana iba despuntando lejos, en los cerros orientales y sus secas faldas iban cubriéndose de un morado-azul-eterno-celeste que se derramaba en ritmos sincopados como la leche de un vaso rebosante en un temblor. Se quedó quieto, más que antes, y se embarró de la aurora como los cerros, como si fuera uno de ellos, uno flaco y de metro sesenta. A las seis y cuarto el patio ya tenía a los soldados que dispararían cepillando finalmente sus rifles. Se formaron y el mayor le dijo que traiga al susodicho. Lo saludó, abrió la puerta donde estaban las colillas pisadas y húmedas por la garúa y entró por el pasillo que recorrió tantas veces durante la noche y que dejó llenó de pisadas de lodo. Abrió la segunda celda y vio que su hermano no había dormido como pensó, las ojeras lo delataban. Lo acompaño en silencio hasta la pared norte del patio. El muro tenía aún manchas y huellas de disparos fallidos de ejecuciones anteriores.

-Salúdame a mamá cuando la veas, ¿si?
-Lo haré.

Los disparos ocultaron el sonido que hizo el cuerpo al caer. Otro cigarrillo más y a cambiar de turno.

sábado, setiembre 29, 2007

El cigarro y el café

Tenía el mentón y algunos ángulos de la nariz de roble y a veces de Al Pacino interpretando a un coronel ciego. El cabello, siempre limpio, siempre suave, siempre entrecano, peinado hacia atrás. ¿Recuerdas cómo te quedabas inmóvil a veces contemplando el vapor del café en la medialuz del comedor? De ti me quedó lo de tomar café y acaso también la afición por el cigarro, que si no es por ti, es para ti en un homenaje o en un recuerdo, en fin.

Hoy es tarde que se muere. Es tarde fría en las manos, recurrente, y las moras siguen tal como las dejaste acá en la calle Berlín. A veces caminaba hasta tarde en la noche. A veces camino yo también por Miraflores y me gozo en silencio en sus garúas. Voy por calles que transito desde antes de conocer y me paro en una esquina a ver como la noche me ve desde arriba.

Tenía la piel nacarada y la frente amplia. Su andar, pausado y seguro parecía el del tiempo. Era duro y firme y los te quiero se le escapaban con mucho esfuerzo por un huequito pequeño en la piel, luego abrían los brazos libres y eran enormes y hermosos, como un atardecer que es tan grande que es amanecer y de nuevo atardecer. Fumaba cigarrillos Hamilton, usaba de cuando en cuando un gabán negro de aires solemnes y no tomaba muy en serio el color de las casas.

Algunas noches me quedo, como en esta noche que nace prematura, pensándote y recuerdo el mantra que me regalaste, veo el cuadro que me regalaste y las lecciones que también me regalaste a tu manera, me echo de nuevo en la cama y otra vez es una noche pretérita y otra vez me abrazas con esas manos grandes de huesos sólidos y egocéntricos, ya es hora de dormir. Hasta mañana.

lunes, setiembre 03, 2007

De rabias y temblores

Han pasado varios días, suficientes como para poder escribir sin que se me inflame el hígado y sin renegar más de la cuenta porque me confundo al poner las tildes en este teclado. Como digo, han pasado ya varios días, no obstante no son muchos, dan espacio para voltear la cabeza, mirar atrás y analizar algo. Luego del terrible terremoto que destruyó el 95% de Pisco –si no fue más-, a uno, en este caso a mi, le queda un sabor amargo en la boca, como si la bilis se nos escondiera en las encías.

¿Cuál es el motivo de tanta cólera? Pues, sencillamente la desorganización mayúscula a la hora de ayudar sustantivamente a todas las personas damnificadas y afectadas por el sismo. Una semana después del terremoto a la gente aún no le llegaba la ayuda necesaria y la que lograba arribar a las localidades en cuestión en realidad se acopiaban en pocos puntos y los caseríos, poblados alejados y hasta las personas que viven a unas ocho cuadras del centro de acopio no lograban ver la ayuda.

¿Quién asume la responsabilidad? Defensa Civil, organización encargada de coordinar los envíos de ayuda y garantizar la buena distribución de ésta simplemente no lo hacía. Las toneladas de ayuda que llegaban de distintos países, ¿A dónde se iba?, ¿Los millones donados por la Unión Europea?, ¿Las carpas donadas por Estados Unidos? Por qué la gente, una semana después seguía durmiendo a la intemperie, tapándose a veces con bolsas plásticas, bebiendo agua del piso. Tengo amigos que han ido el mismo día y después de una semana, ellos lo han visto, yo lo he visto a través de sus ojos, y no solo vi la miseria de la ciudad y su gente desesperanzada, vi que algo en ellos también cambió.
¿El gobierno regional asume la responsabilidad, el central lo hace? No. Y ya nadie quiere hablar del tema. Mejor no hacerlo y todos nos olvidamos de esto porque ya llegaron los jotitas y ellos son el Perú, buena muchachos llegaron a cuartos de final y miren desde este lunes la nueva serie del grupo néctar, pronto venderán el cd con la música de la serie, barato nomás y el lucro con la desgracia...eso es gratis y de refilón.

No se puede, como si no importara nada, mirar a un costado. La desorganización a costa de la vida de estas personas que lo han perdido todo es intolerable. Además de los comentarios de Alan García, notablemente molesto por las críticas contra él y su gabinete sobre la reacción ante la emergencia, diciendo que la gente pide de más, que ya se atendió al noventaytantos por ciento de los afectados, minimizando las críticas en general. Ver que funcionarios públicos se robaban las donaciones de la gente de su comunidad y sosteniendo en su defensa que no se quedaban con la ayuda, que se trata de excedentes…¿Qué clase de persona sub normal dice eso?

Dos días después del terremoto fui al hospital Rebagliati, uno de los más grandes en Lima, para donar sangre. A las 11.30 de la mañana, a las cerca de 70 personas que estábamos reunidos en la diminuta sala de espera nos dijeron que estaban “estoqueados”, es decir, excedieron su capacidad de almacenamiento de unidades de sangre. Muchas gracias por venir, nos sentimos muy felices, pero si tienen cosas que hacer, pueden ir, en todo caso quieran quedarse y donar, quédense, pero demorará aún unas tres o cuatro horas”, dijo el médico que dio el aviso. De esas personas unas 50 no retornarán, porque ya no podrían o porque ya no querrán. Son 50 unidades de sangre menos para las personas que las necesitan.

¿Si estaban rebasando su capacidad entonces por qué el Ministerio de Salud manda un comunicado señalando que están completamente operativos para poder recibir donaciones de sangre y que no necesitan ayuda?, ¿Por qué todo el año hay una campaña de donación de sangre en el hospital Angamos, pero cuando fui dos días después del incidente en el Rebagliati me di con la sorpresa que ya no estaba la carpa de siempre y que tenía que ir al Rebagliati otra vez a probar suerte?

Son un sinfín de cosas, una mas indignante que la otra, que no hacen más que frustrar y uno se pregunta ¿Qué carajo tiene esta gente en la cabeza que los hace tan insensibles, qué hace posible que su propia incompetencia les importe tan poco y que salir en la foto tanto?

jueves, agosto 16, 2007

15/08: El Armagedón de Pisco.

Cuando no se puede hacer nada para evitar algo, se puede hacer algo para remediarlo.




Este post no es tanto para contar cómo sentí el terremoto que remeció y devastó gran parte de Ica, Chincha y principalmente Pisco, en el departamento de Ica, es para pedir ayuda. Aquellas personas que leen o lean este blog desde Perú, hagan algo. Se pueden donar alimentos no perecibles, ropa, frazadas y demás cosas útiles en la puerta 14 del Estadio Nacional, en la Comisión Episcopal de Acción Social: Av. Salaverry 1945 Lince, en la Municipalidad de San Borja. Así también se puede ir a la Av. El Derby 435 Surco (frente a la puerta 3 del jockey club) dentro del colegio Holly Trinity y frente a la municipalidad de Miraflores. Otros puntos de ayuda están en las puertas de la PUCP, de canales de Televisión y de El Comercio.

Aquellos que lean esto y no estén en Perú, pero quieran ayudar lo pueden hacer contactándose con la Cruz Roja en su país, entrando a www.cnn.com/ayuda, o hablando con sus autoridades locales, son muchos los países como Bolivia, Argentina, España, Chile, Francia, Panamá y otros que están ayudando y el agradecimiento es enorme. Las cuentas bancarias para algunas donaciones son:

Banco Continental: 011-0444 -4444444444 (soles) 011-0444-4444444446 (dólares) 011-0444-4444444447 (euros)
Banco de Crédito: 193-199999998- 0-15 (soles) 193-199999999- 1-16 (dólares)
Scotiabank: Moneda Nacional 5074 657, Moneda Extranjera 3022500
Interbank: Cta. Soles: 200-0000001119 Cta. Dólares: 200-0000001118

Ayer, por un momento, el común denominador fue el pavor. Era como estar en aquellas películas donde pasa algo inesperado, y al igual que frente a la pantalla uno se queda expectante ante lo que va a pasar, durante el terremoto, que tuvo una magnitud de cerca de ocho grados en la escala de Ritcher, no había nada que hacer más que esperar. Esperar cualquier cosa, en el mejor de los casos, que acabe ya.

Aún no se tienen datos específicos de casi nada. El terremoto comenzó ayer a las 6:40 pm. (23:40 GMT) y el epicentro fue en el mar, a 60 kilómetros al oeste de Pisco, y a una profundidad de 33 kilómetros, según el reporte preliminar del Instituto Geofísico del Perú. Ayer mientras conversaba con mi abuelo y mi mamá a las 11.40 pm. Comentabamos, según lo que oíamos en la radio, que felizmente no habían muchas perdidas humanas, tomando en cuenta la magnitud del sismo. Se hablaba de no más de un par de decenas y sin confirmar. A pesar que cada muerte es una perdida incalculable, no nos parecía tanto luego de tremenda remecida y diría que todo el mundo pensaba lo mismo. Claro, algunos con más cautela que otros esperando que pasen las horas para poder ver el cuadro completo. Todo esto lo conversábamos mientras el candelabro de la sala continuaba yendo de un lado a otro porque las replicas, la mayoría imperceptibles, continuaban ocurriendo. Hasta esta mañana, se registraron más de 320.

Cuando me desperté en la mañana, cerca de las siete, compré un diario y la portada anunciaba 70 muertes. Ahora, menos de 24 horas después de esta tragedia, el Instituto Nacional de Defensa Civil (Indeci) comunicó que la cifra de víctimas llegó a los 437, sin embargo esta sigue siendo una cifra preliminar. En tanto los bomberos señalan por su lado que número fluctúa entre 500 y 510. Así va mientras pasan las horas y el número de fallecidos, damnificados y afectados continúa creciendo. Son casi 16.669 viviendas destruidas y más de 1,500 heridos. Los afectados también están en Lima. En el Callao son unas 8,000 personas las afectadas por un maretazo y estoy seguro que conforme pasen las horas se verá que el diversos puntos del país hubo otros daños de consideración. El cuadro, temo, aun no se ve completo ni tampoco se verá hasta dentro de varios días.

El dolor que se siente luego de una tragedia como esta es difícil de describir. Es una impotencia, una ansiedad terrible. A la gente de mi generación sólo le han contado como algo lejano los terremotos del ‘70 y ’76 y los más cercano han sido los que sucedieron en los últimos diez años en Moquegua, Nazca y Arequipa, pero sin comparación con éste. Cuando vi en las noticias los estragos luego del terremoto que afectó a la India y Pakistán o el de México hace poco no comprendí el drama. Ahora lo estoy empezando a hacer. Si este texto sirve para que alguien pueda ayudar, entonces valió la pena.
.
.
.
Foto: Jack Ramón Morales. Andina.

viernes, agosto 03, 2007

¡Brota!

Nace, riega el cielo
y vive.

Eternamente; y tu pupila se expande
al infinito
sabiéndose una
--------------------y todas
----------------------------y veremos.
Y dulce de nuevo,
fresas con leche en la sempiterna garganta.
Otra vez las mismas imágenes
y tú,
fuente inagotable que no fluye y se empoza
---------inalcanzable,
en los rincones de mi pesar.

domingo, julio 15, 2007

Frío

Qué pasa si te veo a los ojos y encuentro una infranqueable muralla que, enorme y áspera contradice mi esperanza y tu palabra,
si las noches se me hacen más largas,
dime, dime tú, qué hago cuando se derrumba el mundo entero, arden tristes los bosques y no quedan risas para columpiar mis tardes infantes y mis madrugadas inocentes.

Qué sucede cuando Vallejo se hace profeta y la resaca de todo lo vivido
se me empoza en el alma,
si el yo qué sé se perpetúa como mi estandarte,
qué si el dolor es reiterante y qué si los arrepentimientos inútiles.

Qué hacer cuando ya tu corazón no me habla como antes y qué si lo hace en otro idioma.

Qué si te escribo hasta agotar las palabras y lo sigo haciendo
obstinado en la eternidad, con mi cuerpo y mi sudor,
si como un fénix, solo muero para volver a vivir, para volver a escribirte.

Qué si la resurrección es amarga condena y el olvido esquivo.

sábado, julio 14, 2007

En gustos y colores...

Siempre he pensado que poder elegir la mejor canción que he escuchado sería dificilísimo, si no imposible. Discusiones de horas con amigos sobre qué canción es mejor me han llevado a pensar que aquello es aparte de pretencioso, inútil, aun separando por géneros y sub-géneros. En el blog de un ex profesor de la universidad vi la lista de sus diez novelas, cuentos y películas favoritas y a mi parecer faltaron, en cada lista, algunos títulos, pero también me animó a hacer uno sobre mis discos favoritos. No son los mejores diez, sino mis veinte favoritos, sin orden de género ni importancia y aun así me quedo corto. Por más que quise, quedaron afuera el primero de Van Halen y de Gentle Giant, así como el Beach boutique de Fat Boy Slim, el Trilogy de Malmsteen, el Comedia de Lavoe y el Energy 2001 de Tatana y finalmente el genil 2112 de Rush. En todo caso, estos son los veinte discos que no me pueden faltar de ninguna manera y bajo ninguna circunstancia. Los que concuerden conmigo, bien, lo que no…también.

1.- IV(Led Zeppelin)
2.- Abraxas (Carlos Santana)
3.- Master of puppets (Metallica)
4.- Frafil (Yes)
5.- Maestra vida (Rubén Blades)
6.- A nigth in the opera (Queen)
7.- Todas las voces, todas (Concierto de trova)
8.- Made in Japan (Deep Purple)
9.- Pump (Aerosmith)
10.- III (Led Zeppelin)
11.- Toys in the attic (Aerosmith)
12.- Rock in Rio (Iron Maiden)
13.- Seventh Song (Steve Vai)
14.- Siembra (Rubén Blades)
15.- Dark side of the moon (Pink Floyd)
16.- Black Sabbath (Black Sabbath)
17.- Paranoid (Black Sabbath)
18.- Minstrel in the Gallery (Jetrho Tull)
19.- System of a down (System of a down)
20.- Pulse (Pink Floyd)


Tras terminar la lista, para la que me demoré más de lo que estimé, me di cuenta que es una labor tan fuerte como frustrante, pero como me tomó tanto trabajo no la borré como pensé hacerlo, de algo les servirá.

miércoles, julio 11, 2007

Corriendo

Corriendo, no se detenía siquiera por los golpes de las caídas, que pocas no eran, y en realidad –aunque no lo notó- eran cada vez más frecuentes y no por eso, o en todo caso por eso mismo, más bruscas. Corría sin detenerse. La oscuridad del bosque se veía interrumpida por rayos tímidos de luz; allá arriba la luna, brillante y muda testigo, veía entrecortada su carrera, entre las frondosas copas de los árboles. El bosque veía mermado el reino de la oscuridad, sólo por el imperio del silencio, éste, a su vez, se interrumpía por los agitados respiros y las pisadas que no se detenían, que no se detendrían. Rafael perdió las fuerzas mucho tramo y tiempo atrás, pero continuaba corriendo, volteando cada cierto tiempo -indescifrable para él- constatando que no había nada detrás suyo mas que bosque y rastros suyos entre las ramas rotas y la maleza, espesa y dominante por momentos.

Corría. El jadeo y el violento pulso pronto quedaron tras un velo dentro de él. Mientras continuaba su carrera sentía –si cabe el término- que dejaba de sentir. Las taurinas bufadas parecían ajenas, como de un pretérito nebuloso; la agitación de su pecho y el ardiente dolor de sus piernas, se alejaban en un río que fluía espiralmente hacia el olvido. Pero no pensaba en ello, sólo continuaba corriendo, cayendo, corriendo…

De pronto una sensación, pero no física, de ellas no había siquiera una sombra, lo atacó fiera. Volteó sin detenerse, sintiendo que detrás de él una mano lo alcanzaba. Temió, y al no ver nada temió más. Prosiguió su afanosa y trémula empresa contra la quietud.

Frenético continuaba avanzando, abriéndose paso con las manos, dejando un inconfundible rastro de sudor detrás. Recordaba, como en trance, sus encuentros con Ísmodes; saboreaba el odio que le tenía y que no dejaba de tener. Revivió sendas veces sus encuentros y sus luchas, las espadas que blandían. Los campos llanos donde se enfrentaron y los caminos peñascosos donde ambos estuvieron con la muerte cubriendo sus cuerpos más de una vez; las miradas fulgurantes que compartían y el helado aguijón que atravesaba su columna y se apoderaba a la vez de su mandíbula, cuando desenfundaba su espada, que fue de su padre antes que suya, entre los cientos de personas, e Ísmodes hacía lo mismo frente a él. Inmortales en su memoria estaban los gritos, los golpes, la sangre; los triunfos y las derrotas, que a su corta edad, no eran pocas. Perpetuos olores y sabores flotaban alrededor suyo en esos momentos, sensaciones inamovibles de aquellos episodios que eran la constante en su absoluto pensamiento.

Volvió a subir las empinadas montañas, seguido de sus hombres en busca de su rival, y no detenía su carrera. Repitió el mismo discurso lleno de valor y pasión a cada uno de los férreos rostros que absortos se acumulaban frente a él; pero siempre supo que tal disertación, que cada hombre adoptaba como suya, era sumamente íntima y propia, y en el fondo ellos también lo sabían. Combatió ferozmente las huestes enemigas una y otra vez con la misma ferocidad aquel mismo martes antes de la media noche, con una luna roja como sus manos, en tanto, como posesas por una fuerza enorme y misteriosa, sus piernas no dejaban de avanzar y otra vez la empinada montaña y el discurso, otra vez el árbol se transmutó en montaña y la maleza en ejército, de pronto el eco de un llanto, el crujir de sus dientes años después, el correr incesante.
Vio de nuevo el amanecer en la ciénaga de Clópotas asediado y ansioso, fuera de su tienda, en el lodo, sentado, esperando que termine de nacer el sol; apoyado sobre sus rodillas, contemplando ensimismado las endebles llamas de las antorchas que continuaban encendidas. Esperando la batalla, el ataque decisivo. Sintió las nauseas que el hedor de los podridos pozos a su alrededor le otorgaban sin censura otra vez y de nuevo.

De pronto apretó los puños, frunció el ceño y apresuró el paso, más allá de lo imaginable. Corría entre las montañas, y ya no sólo veía nuevamente la batalla, sino que se veía a sí mismo; pasó a su lado, al lado de Ísmodes. Corrió al lado del inerte cuerpo de su padre y a través del entierro masivo de sus paisanos luego de la Masacre de Agosto. Corrió en medio de los largos pasillos del palacio, pasó encima de un Rafael aún infante que lloraba escuchando los gritos de victoria de su padre. No se detuvo en los manjares de su pubertad, ni en la ejecución de Trobeco, a quien tuvo que ver decapitado. Lo vio miles de veces, corriendo mil veces por el mismo lugar; bajo la misma tormenta, se vio con los mismos guardias mil veces y no paraba de correr.

Las ansias lo consumían, hasta que llegó a la cima del Anelio, libre ya de los sempiternos árboles y le denso bosque que ya no reconocía, pues ahora era todos los campos de batalla, todos sus cuartos, todos sus días, todo él junto, cada segundo de su vida acumulado y único se transmutó en aquella vegetación y aquella noche. Mientras daba los últimos pasos hacía el borde se recordó en el bosque corriendo desesperado y volvió a correr a su lado mientras corría, infinitas veces. Volvió a caerse en el camino y se vio caer a su lado, y vio la misma luna de cuando en cuando. Saltó. El abismo era tan profundo como él. No existía cosa alguna a su alrededor. En el cenit se recordó en aquel mismo lugar y volvió a saltar, tras haber saltado otra vez. El presente, en el punto máximo de aquel salto, concentró todos sus momentos pasados y futuros. Cayó y comenzó a correr de nuevo en el bosque. Otra vez sintió helada la mandíbula y otra vez lloró en Clópotas. Siguió cayendo emancipado del tiempo.

Con los brazos extendidos, primero vio y luego sintió como una fina gota de sangre recorrió su sien derecha y cayó lentísima al inmenso vació. La caída era eterna y absoluta. A su lado pasaba el universo entero y recordó algo. Corría huyendo de Ísmodes eso lo sabía. Corría persiguiéndolo, eso lo había olvidado. Sus ojos vieron algo en la sima, algo que se agrandaba y brillaba tanto como él. Era Ísmodes subiendo aceleradísimo hacia él. En ese momento Rafael comprendió todo. Las batallas, la muerte, la vida y el bosque. Se acercaban rapidísimo, y él comprendió que acaso tan rápido que ya estaban juntos. Entendió que eran el mismo y siempre lo fueron. Que saltará de nuevo como ya lo venía haciendo desde siempre. Que eran uno, que serán uno. Que es uno.

domingo, junio 24, 2007

Wish You Were Here

Con los ojos cerrados, y la boca ligeramente abierta, estuve inmóvil para siempre. De pronto, cuarenta y cinco grados respecto al piso sube inclemente el fulgor de aquella primera nota. Era dorada y se proyectaba inacabable mientras otras nacían tras de ella. Las más de doce mil personas nos transmutamos en una sola cosa, algo indescriptible, algo etérea, mientras las cuerdas seguían pariendo aquellas armonías tan lentas e intensas.

Luego del primer acorde comenzó el camino. Era una playa amplia, con esa soledad propia de las risas de madrugada; era una playa y un mar enorme. Era una playa que aún es, a las cinco de la tarde y era brisa y aliento y sal y otra risa más, una amiga del tiempo. El agua moja los pies, amable, más fría que tibia. El agua fluye y dentro del pecho nace una antorcha que va de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, meneando sus flamas y otra vez el mar a sus pies.

El mar. El mar y somos dos peces año tras año, mira como pasan los años. Entonces el solo y todos nos convertimos uno añorándonos. Extrañando a otros y a nosotros, cada uno a su manera esperando, solo esperando mientras cada nota se vuelve cada sensación pasada. Y en ese momento te volví a extrañar desde antes de hacerlo y volví a extrañarme hace años, y otra vez añoré el olor del jazmín en las noches de otoño. Y sin pensarlo, otra vez sonreí, con una nostalgia algo dulce, algo conciliadora.

Así, entre el mar y las caras algo calientes en el recuerdo y los ojos aun cerrados, la madera y la resonancia nos abrazaron a todos y a cada historia. Fue ahí, de pie en la explanada, en plena medianoche limeña que vi mis pies secos, y me di cuenta que era el pecho, adentro, al fondo, el que estaba aún húmedo con agua salada y jazmín.

miércoles, mayo 30, 2007

La Espera II

Entre las páginas reviso tus cartas. No son tuyas, no eres tú quien las escribió y hace tanto ya, que es un tiempo que es de otro espacio; no son de un pretérito común, más bien uno universal, uno prestado con derecho y con cierta complicidad. Sin embargo, tú, en el mismo momento que las veo, estás, sabe Dios dónde, ignorando que te extraño en unas cartas que no son tuyas ni mías, del todo.

Las letras, y las promesas, y los olores son tan nebulosos y de un destinatario tan ajeno a mí. Pero eso no significa que no sean mías, y de una forma u otra, en todo caso, de todas formas, son mías también y tuyas, por qué no y ahora sí, en esta línea, lo son del todo y sin duda. Cada día es una carta nueva, una correspondencia inédita, no obstante, tan leída. Cada lectura es, en el frío que persiste obstinado, un nueva historia que sedimentó hace tanto ya, los hondos pilares que soy.

Y allá tú, estoy seguro, aún ves al igual que yo las tuyas, las cartas mías, si no en una hoja, en una pantalla o, donde mejor se preservan, en alguna habitación del palacio de tu memoria. Y estoy seguro que lees, en letras que no son mías y en otras que no fueron mías, lo que te dije y tras ello, lo que te quise decir. Y estoy seguro, escribiendo solo, que en el silencio que separan tus lecturas supuestas y las mías expuestas, que nos encontramos, en esa coma comprensiva y en ese punto final.

martes, mayo 22, 2007

La Espera I

Esperé sentado hasta que el frío era lo único que sentía. Detrás quedó el temblor de mis manos y la bocanada de humo antes de dejar caer el cigarro. El aire entraba helado por mi nariz, y aunque eso me daba cierta paz, también creaba una ansiedad que, lenta y como un depredador, avanzaba por la boca de mi estomago y rampaba hacia mi esternón.

De cuando en cuando recuerdo, no del todo bien, volteaba a ver algo hacia algún lado. Afinaba el oído al silencio total y a las conversaciones lejanas que sostenían extraños al pasar, dejaba al tiempo transcurrir, dejaba que se olvide de mí yo me dejaba olvidarlo también.

Luego de caminar y dormir, sólo me quedó el recuerdo de la garúa, el frío en el fémur y las calles miraflorinas tatuadas, como siempre y desde siempre, tras los párpados. Aún no eran las cinco de la mañana, pero el descanso parecía suficiente. Me levanté y preparé un café. Tomándolo, con el primer cigarro de la mañana que nacía a duras penas, seguí esperando.

domingo, mayo 06, 2007

No hay historia perfecta,
ni encuentro casual;
y ahora, tú y el frío, en la laguna distante de mi sien.

Y otra vez tú,
desde lejos, entre la insistencia de tus ecos,
desgastando las murallas de un Jericó ni tan pagano,
pero mas árido.

Y otra vez yo,
reinventándote en el recuerdo sin tiempo.


Son olas, todas olas, tan cíclicas y tan saladas.

martes, marzo 13, 2007

Desahogo


Ayer fui al concierto de Roger Waters que hizo acá en Lima por la gira The Dark Side of the Moon Live, con mi papá, un amigo de siempre, uno de letras y otro de buenos conciertos. Traté de escribir algo al respecto, pero continúo abrumado, fue algo colosal. En estos días, cuando termine de procesar lo que experimenté ahí durante casi tres horas, ensayaré algún texto, aunque creo que saldrán más de un par.

Entre los formidables conciertos a los que he podido acudir (Jethro Tull, Santana y Uriah Heep), este, sin duda alguna, ha sido el mejor. Dejaré de escribir porque creo que solo puedo definir esta sensación como los remanentes del júbilo.

lunes, febrero 19, 2007

De citas y ansias

El cuarto estaba oscuro, repleto acaso de sombras que soñaste en alguna infancia, escondidas bajo la cama o tras la cortina de la ducha. Una leve luz entraba vaga por la pequeña ventana, pero se perdía sin mayor problema; un aire, el poco que ingresaba desde el jardín, refrescaba tímido el húmedo hedor de la habitación. Felipe abrió los ojos entre sueños y notó que Las Cuatro Estaciones de Vivaldi continuaban sonando; logró (creyó) reconocer la bucólica pasión de La Primavera, primer y famosísimo capitulo de la magnifica obra del pelirrojo italiano, a pesar que su concierto favorito era el cuarto, El Invierno. No se molestó en despertar o dormir, ni en acomodarse; pese al frío, no se abrigó, siquiera movió la desbaratada sábana. En ese estado de sub conciencia pensaba a intervalos[1] que era inevitable su destino, si es que éste existía. Los hechos, por casuales que parezcan, son una consecuencia de otros concatenados, de un efecto mariposa absorbente y envolvente, elaborado laberinto de fichas de dominó. Para ser exactos no pensó mucho, o en todo caso, lo hizo demasiado. Despertó con las primeras horas de la tarde.

Se sentó. En silencio Felipe ensayó algunas caras. Algunos gestos que suponía podían verse interesantes. Por el profundo sueño tenía el brazo izquierdo algo adormecido, sin embargo no le dio importancia. Estaba nervioso. Ansioso. Articuló en su cabeza cientos, tal vez miles de posibles frases. Cantidades de saludos y sus posibilidades. ¿Qué sería si entro y saludo de perfil izquierdo y sonriendo? ¿Si no hago más que un gesto cordial? Innumerables despedidas. Desparramó en la tarde de saturantes blancos sus ideas de cómo saludar, cómo actuar. Qué decir. Repasó una y otra vez sus líneas impuestas; recordaba que alguna vez años atrás, no recordaba quien y aunque lo intentó, el rostro se perdía entre la neblina que persistía en el ambiente, le comentó que si conoces a alguien debes repetir su nombre tres veces viéndolo fijamente y nunca olvidarás como se llama. Es una cita importante, merecía el esfuerzo, pensó.

En el devenir de aquella tarde, ¡Oh esperada tarde!, arregló su camisa. Era nueva y un poco estrecha, pero era la mejor que tenía. A comparación de las otras, no era de segunda mano, cosa que lo alegraba de sobremanera. Los bordes firmemente cosidos, el cuello suficientemente duro, los botones impecables. Como un niño se tiraba a sus anchas a soñar por momentos cómo le iría, mas esos ratos de nostálgica niñez no se prolongaban demasiado, apenas reconocíase divagando absorto en un universo de espejos, se despabilaba de inmediato. No toleraba, no se permitía, perder cada segundo de la espera, que saboreaba como aquellos cigarros que tanto extrañaba. Añoraba el fino humo del tabaco subir por entre sus dedos, rampar su cuerpo, emanar articulado de su boca y nariz. Es por mi bien -decía para sí-, y lo extrañaba más.

En estas cavilaciones se encontraba, cuando sin que lo espere (el único momento en que no lo esperaba) sonó la puerta. Al escuchar los golpes, más bien torpes, volteó. Supo que era el momento. Al abrirse la puerta Felipe sonrió. Estaba alterado de la emoción. Salió con el sujeto que lo fue a buscar. No conversaron mucho. Unas cuantas palabras sueltas y algún tópico recurrente como el clima aliviaron la tensión que mutó en una casi incontrolable emoción. Podía sentir que las rodillas le temblaban, pero se concentraba en caminar normal. Al bajar las escaleras sintió que esa labor era de proporciones absurdamente titánicas; cuando terminó de bajar el último peldaño y se dio cuenta que ya todo estaba bajo control, respiró aliviado, como al terminar una empresa que se creía imposible; en ese momento tuvo la certeza que bajar los escalones en su estado sí era virtualmente imposible y se sintió victorioso. El que fuera su interlocutor por espasmos brevísimos prendió un cigarrillo. Lo miró como sabiendo su antiguo y fallido amor con el pequeño paquetillo de tabaco y papel, tomó su encendedor y tras cruelmente saborear la colilla un momento, lo prendió y dio la primera bocanada (la mejor consideraba Felipe) de humo. Felipe trató en vano de ignorarlo. Pero el humo lo distrajo de sus nervios y sin saberlo esta nueva preocupación sepultó momentáneamente la anterior.

Inesperadamente, luego de perder la noción del tiempo y de la distancia recorrida, sintió una molestia. Sus ojos se apagaron y de ellos se colgó como una bolsa vieja y llena con las resacas de años ajenos y absolutos, con una enorme pena grisácea. Felipe lo notó. No comprendió el por qué. Siguió su camino, siempre acompañado externamente, pero profundamente solo. Al llegar a la entrada del salón todo cambió. Su rostro irradió luz. Ingresó completamente dueño de la situación. Afuera quedó el corpulento guía abocado a la única labor de encender otro cigarrillo más, sin reparar en que sería el octavo de la jornada. Saludó cordialmente a todos. Ahí estaba su sitio, esperándolo, invitándolo. Se recostó y murmuró algo sobre Vivaldi. En ese momento los años de situaciones resumidas que pasó esa tarde maquinando llegaron a un punto de quiebre. Todo estaba dispuesto. No había dudas, ni esperas, ni ansias. Era una nada completa y perfecta en la que se encontró feliz.

No recordaba como llegó a su habitación. Al verse dentro de ésta, se acomodó en el piso y recostó suavemente su cabeza sobre una de las paredes. La camisa de fuerza, ya no tan limpia, estaba ligeramente desajustada. Sonrió y se dejó llevar por las comprensivas notas del violín. Era Vivaldi. Era El invierno. Era feliz.


[1] Vana labor sería determinar si eran segundos, horas o incluso días. En aclaración para diversión y ayuda al lector, y no menos motivado por un afán de explicar vacíos, acaso se trataba de una constante todas las noches o en virtud de las abstracciones del caso, esa noche fueron todas sus noches y sólo una. La de un sueño amargo.

domingo, febrero 11, 2007

Aldo y el Sol

Habíanse unas alas pegadas a un clavo.
Un clavo alado.
Mientras todos los clavos al suelo estaban pegados,
Aldo, el clavo con alas, estaba volando.


Todos sus hermanos estaban enterados,
verticales, desde el suelo veían a Aldo.
“El único que jamás será clavado”,
repetían al coro sus atascados hermanos.


“¿Qué se sentirá estar enterrado,
sin poder volar, volar tan alto?
¿Cómo se verá todo desde abajo?”,
se preguntaba en las alturas el alado clavo.


Todos los clavos deben ser clavados,
el cielo no está hecho para ti hermano.
Aldo eres el único clavo que siempre está volando,
allá arriba todo debe ser tan solitario.


Un día en su vuelo Aldo se quedó pensando
-¿Qué hago volando, si mi destino es ser clavado?-
Voló hasta el Gran Astro
y pensando esto se quedó contemplándolo.


Aldo se clavó al sol sin dudarlo,
a pesar de sus alas, sus viajes largos;
a pesar de todo, su destino era, delante de la inigualable luz, más claro,
y así fue el primer clavo al sol clavado.


*Escrito en Mayo del 2004

domingo, febrero 04, 2007

Exquisita Interpretación -monólogo-

Dedicado a G.C.G.


Leer el texto escuchando "The Great Gig in the Sky", quinto track del álbum "The Dark Side of the Moon", de Pink Floyd. Preferentemente a partir del minuto y siete segundos de comenzada la canción. Dicha canción figura al final de la lista de música de este blog.


Es un nacer-como una ópera-;
cualquiera escucha un grito,
pero hay que ser hondo para ver.

¡Mira!, ahí están los caminos.
Suave.
Tengo el mundo a mis pies,
pero tampoco lo tengo.

Ahí está.



Recoge los pescados de la canasta
y: toma.
Tranquilo;
el renacer.
Ven, camina conmigo si quieres.

Esto es.

sábado, enero 27, 2007

La leyenda (urbana) de Antonio el mecánico

Nunca entendí que quiso decir con eso. Es más, nunca entendí, literalmente, lo que significaba, asumía que era una especie de advertencia por el tono que usaba o una amenaza leve y algo asolapada, pero en realidad, no tenía mayor idea. Recuerdo un sonido estridente y nada más. ¿Todo está bien doctor?...

Antonio no supo, hasta el momento en que se lo repitieron por cuarta vez (las dos primeras estaba semi conciente y la tercera perdió el conocimiento), que perdió las piernas. Trabajaba en un taller mecánico, recién era su segunda semana, y a pesar que en su Honduras natal ya había fungido de reparador de carcochas, las cosas en Los Ángeles, eran muy distintas.

Llevaba en el hospital ya unas 70 horas. La barra hidráulica que levantaba los autos bajó repentinamente cuando Antonio movió una de las palancas del tablero de control. El señor Hoover se lo dijo, pero su extraña pronunciación, junto con su poquísima habilidad para comunicarse verbalmente y la ausencia alguna de ganas de querer advertirle algo a alguien, en adición al oído aturdido de Antonio por los decibeles de un taladreo unos metros más allá, no permitieron que capte la advertencia que, como si se tratase de un pequeño niño que jala el mantel de la mesa y toda la vajilla está a punto de destrozarse en el suelo, soltó el gordo Hoover inútilmente aquel martes en el taller de la calle Clifferson 445.

Desde ese momento en el que se supo lisiado nunca más habló. Ni con su mujer, que por cada minuto de silencio de su esposo, lloraba otros dos, ni con sus hijas. Un día desapareció. No lo encontraron en ningún lugar del hospital y no trataron de hacerlo muy lejos porque sin piernas no podría huir mucho y, además, un ilegal no merecía tal labor.

Dicen que desde ese día merodea por los talleres que abren hasta tarde, en harapos y casi al ras del suelo, como un niño mendigo o un zafarrancho de carne y tiras de tela y algo de hojalata. Que recorre las oscuras y peligrosas calles, entre los barrios avernales en busca de algún sudaca laborioso. Dicen también que se acerca silencioso y queda como bulto en el piso y que a los mecánicos que se le acercan les corta la garganta para que guarden silencio y luego les arranca las piernas. Los cuerpos y las extremidades mutiladas los lleva al cementerio de autos en la periferia norte de la ciudad, donde en silencio, siempre en silencio, espera que sea de noche para encontrar a otro mecánico. Con suerte, al señor Hoover.

miércoles, enero 24, 2007

Melancolía en el comedor de techo alto

Sus ojos eran como dos puntas que al verlas se te clavaban profundo, tal vez en el alma. Nunca entendí por qué, supongo que era porque en ellos se veía algo que de tanto temer olvidamos en alguna esquina polvorienta, en algún rincón que preferimos ignorar. Eran grandes, y a la vez, penetrantes pero hermosos, algo en ese remezón que producía verlos, también daba una calma como la que tienen las ballenas azules. Siempre veía su figura, a veces dormir, a veces verme en silencio, a veces sólo estando.

Tenía el pelo suave, era de varios tonos, y siempre parecía impecable. Cuando lo rozaba, en el comedor antiguo -recuerdo más que nada el comedor de techo alto- y la leve música atemporal de la radio, me confundía con el silencio y con el sueño. Sus ojos cerrados y aún así hermosos me decían lo que su boca no pronunciaba, y yo absorto, acariciaba mudo.

Casi todos los días de ese verano nos vimos, algunas veces escuchábamos tangos en la sala, otras, en la cama, viendo algún programa; otras tantas mañanas entre los llantenes de las macetas y la fresquísima garúa que permanecía en las macetas inundando todo con olor a vida, nos cruzábamos. No recuerdo el día que se fue, sólo que desapareció repentinamente, tal como apareció.

martes, enero 23, 2007

28 días después

Luego de casi un mes, ha surgido una necesidad casi enfermiza por escribir y postear algo, es como un adictivo, como la nicotina o qué se yo.

Ya publicaré algunos esbozos de escritos que tengo hongueándose desde un buen par de años, para comenzar en este nuevo año y con casi 30 días de asueto frustrante y auto impuesto, un nuevo capitulo en este blog.