miércoles, octubre 29, 2008

Velorio

Tus palabras bellas, parecen tan lejanas ahora;
mi fuente calmada,
mi jardín eterno,
mi tarde fresca,
mis horas llevaderas.

Ahora, de noche, que los minutos son largos y crueles,
el frío viene cada cierto tiempo
a dejarme el alma en temblor
mientras sigues rondando mi cabeza.

Ahora que estoy solo,
te recuerdo triste y apagado,
en el cepelio eterno de mis sueños.

jueves, octubre 23, 2008

Rutas

Tú, que te vas, te fuiste
y te dejé ir
al viento;
sola, en la estela amarga
de nuestras pasiones solitarias…sin tiempo.

Y tú, tú te vas
ahora que te dejé, tiempo atrás
con mi tiempo
y recuerdos que nacen dentro
del alba de tu vid.

¿Quién te dijo que te podías ir?
Tu partida no es reciente,
ni la tuya tampoco,
siempre te fuiste, desde antes;
y el retazo de mi flor, y mi pluma húmeda.

Ahora tú, y tú también
quedarán, a sus formas
tan distintas y tan una
en ese hoyo que sin tregua tapo
para que duerma y no carcoma.

Y tú también…a tu manera.

sábado, agosto 09, 2008

Por la mañana

Tu recuerdo despertó
en la trágica víspera de tu ida definitiva.

Mi pecho ansioso te tuvo
como en otro tiempo: alegre, pura y mía.

Y el despertar amargo
se quedó extrañando el sueño en el que eres tú,
vida mía.

miércoles, julio 30, 2008

La Valse d'Amelie

La música llena la sala. El piano va adueñándose del ambiente y lo comparte con el humo del cigarrillo que, fuera de ritmo, baila caprichosamente hasta desaparecer. Yo estoy quieto y veo las notas formar tu nombre en el aire. Andante. Quisiera poder tocar así, no sé quién es, pero está invocándote en cada tecla y sus silencios son los míos. Sus agudos son tus lágrimas, sus graves mis ideas nocturnas y sus silencios, los míos, otra vez.

Esta noche el mar enfría las calles. El piano sigue, constante en sus movimientos como el tiempo, inconsciente de cualquier cosa que escape a sí mismo, a todo lo que está más allá de él. Tu nombre reverbera sutil entre los compases. Contrapunto. Los cigarros, como las notas, no dejan de aparecer, uno tras otro, como si fueran uno, al igual que las notas. Y se deshacen en sí mismos, como las notas. Notas y humo. Teclas y cigarros. Y yo. Y tú, sabe Dios dónde.

Adagio. El humo se calma. Me entiende, es comprensivo esta noche, es compañía, es la reafirmación de la soledad, aquella soledad que es peor cuando es de noche y solo suena un piano y el crujir del cigarrillo consumirse sin haberlo tocado.





sábado, junio 28, 2008

Las reminiscencias del pisco

22 de Junio, 1954
Dos horas antes del primer vals, Fernando acababa de ponerse los zapatos recién lustrados y que compró especialmente para el día de su cumpleaños, pero que tendrá que usar hoy, una semana antes. Ramiro García, amigo de infancia y confidente indudable, lo buscó, saludó a Don Manuel, padre de Fernando y conversó un momento con él hasta que Fernando salió. Don Manuel era de maneras correctísimas y una severidad inquebrantable. La frente amplia, marca registrada de su estirpe, la estiraba pausadamente al hablar, y como los suyos, inhalaba a veces de manera forzosa, breve, una que otra vez, entre las palabras. Eran las ocho y cuarenta cuando Fernando, luego de despedirse rápidamente de su padre, salió de la casa en la avenida Bolivia, atravesó el portón de madera atemporal y, acompañado de Ramiro que ya iba prendiendo un cigarrillo, se dirigió a Magdalena Vieja, que años más tarde se llamaría Pueblo Libre. Ya adornaba su cara con un fino bigote y la piel nacarada y aún lozana a sus veinte años contrastaba con el negro azabache de su atuendo. Llegaron al bar Queirolo una hora antes del primer vals.

En el bar saludaron con una broma a Bautista, el mozo que usualmente los atendía y que siempre les regalaba, por noche, un chiste al menos. Se sentaron y sin demora, pero de manera natural llegó la primera botella de Pisco. Luego llegaron Eduardo y Pedro, se unieron a la mesa. Finalmente sonó el primer vals, en todo caso, le prestaron atención a un vals por primera vez desde que llegaron. Ese viernes decidieron ir un poco más lejos, no ir al Cordano, sino al Queirolo, porque el cumpleaños de Catalina, la novia de Eduardo se celebraría a unas cuadras. El bar se fundó poco después de la llegada de la familia Queirolo a Perú en la penúltima década de 1800.

Cuando acabó la botella, hora y media después, pidieron otra, siempre de uva Quebranta, pero esta vez para llevar. De todas maneras terminarían pasando por el Cordano, luego de la jarana de rompe y raja que los esperaba porque el padre de Catalina era iqueño, buen cantante y mejor cajonero, antes de ir a casa para comer un sánguche de jamón del país antes de dormir. Y a lo mejor un pisco ahí también, como para acompañar.


3 de Agosto, 1979
Habían pasado la tarde en la playa y luego de un almuerzo fugaz en la pizzería del chino en la Calle de las Pizzas, calabaza calabaza, cada uno a su casa para un breve, pero necesario duchazo. A la casa de Tavo siempre había un motivo para ir. Si no era por algún cumpleaños o para escuchar música hasta que los párpados triunfen sobre las ganas de seguir despierto escuchando aquellas melodías inverosímiles, vicserales, que se llaman rock ‘n’ roll, era para tomarse un trago. Un ron.

Ernesto llegó a la casa de Tavo, trae bajo el brazo un LP de Slade en vivo y bajo el otro una botella de ron. A Ambos les gusta el criollismo, es un afán que les viene de casa, pero que llevan escondido. Las jaranas de sus padres no son las suyas, no son con cajón y vals, ahora ya no, ahora son veinteañeros que se gozan en los solos de guitarra de Jimy Page y menos en los de Óscar Aviles, y que han olvidado el pisco, poco a poco, como si su presencia se fuera borrando sin que se den cuenta, como el humo final del último cigarro de la madrugada.

A raíz de la reforma agraria y la subsecuente baja en la producción agrícola la producción de pisco bajó, el consumo también disminuyó considerablemente y la moda estadounidense se fue imponiendo con los años, en los pantalones acampanados, los pelos largos, en las estridentes tonadas rockeras, las pegajosas melodías disco y en los tragos, en este caso, el ron. Algo curioso en pleno gobierno militar antiamericano, autoproclamado revolucionario.

28 de Octubre, 2004
Ya habían pasado tres horas desde que recibimos el santo de mi padre, y luego de los chistes y los bocaditos, cuando las anécdotas iban naciendo, se abrió la primera botella de pisco. Detrás quedaban las demás, detrás iba quedando también la noche que poco a poco se encrudecía y se convertía en mañana. Yo quiero que escuches la imagen de mi alma que te ama y te adora como una aventura que nadie ha gozado, tu nombre quedará grabado para ser dichoso por tu falso amor. Se abrió, como si nada, la segunda botella y ahora es Fernando, el mayor, el papá, Don Fernando, el que cuenta como eran los cumpleaños en su época. Una época que tiene de picardía y que se figura en la imaginación en blanco y negro, con gomina en el cabello y piropos elegantes. Como duraban dos, tres días, como esa era jarana, no como ahora, que se emborrachan y punto, nada de baile, nada de risa, solo borrachera. Y un traguito de pisco, porque al que toca y al que canta se le seca la garganta. Otro más, por el dueño del santo. Alguien dice por el santo del dueño y en la confusión de las palabras se confunden también, otra vez, las generaciones, porque ahora es Ernesto, el hijo, el dueño del santo o santo del dueño, el que toma la palabra. Ese secreto que tienes conmigo nadie lo sabrá.

La mañana se va acercando y la conversación salta entre los vasos y el humo discreto de algunos cigarrillos. La radio se detiene y el acorde brusco, varonil, rasposo de la guitarra da pase, mientras perdura en el ambiente, al coro desafinado, intestinal, apasionado, de cinco amigos, un señor elegante y un joven que acaba de dejar de ser niño, hace tan poco, que aún no se entera del todo de la noticia. Mechita tú eres linda tus ojos, tus ojos me fascinan tu boca, tu boquita divina quisiera, quisiera yo besar. Los ojos se cierran y las gargantas se unen y de cada uno salen las mismas palabras, pero con historias distintas.

Todos cantan, aplauden. Juan Carlos se levanta, alza la voz y canta, los demás callan poco a poco hasta acompañarlo con susurros y él domina la sala. Canta como si fuera a morir, como si fuera la última vez que cantara, sabiendo en el fondo que sería la última vez que cantaría con Don Fernando, a quien tanto quiso, antes que se lo lleve el cáncer. Yo, que lo acompaño algo tímido, veo a mi papá con las cucharas y a mi abuelo con una sonrisa plena y llevado el compás con las palmas, al igual que mi tío Tavo. Canta guitarra porque eres mi voz de dolor. Curro no lo pide, no al menos en voz alta, porque arranca de la guitarra acústica que hay en casa los sonidos más intensos que se puede. Ven sobrino –me dice–, toca, aprende, que tienes cara de que le entras a la jarana. Dale chino, dice mi papá sin verme, toca tu también. La mañana cae. El sueño me tumba y la cuarta botella de pisco se tumba en la mesa, cuando entra una más, no hay quinto malo, escuché alguna vez. El aguadito estará listo en media horita.

Las brechas generacionales son, de alguna manera, el gran problema de las familias. El catalizador de las disfunciones y es mediante aquellas cosas que las achican, que se nos hace llevadera la convivencia, que nos endulzamos el recuerdo por las bondades de la memoria y las conveniencias del olvido. Las brechas entre mi abuelo y mi padre desaparecían, poco a poco, entre la música criolla y el pisco. Cuando se encontraban en las sonrisas de la fiesta, sentados, amigos, en un amor más profundo que sus diferencias, jamás ebrios, nunca ofensivos, siempre con un chiste y un salud. Otro salud más, que uno no es ninguno.

Algunos años después, cachimbo inocente, hicimos –aunque ya casi todos los entusiastas de aquella tarde hemos tomado nuestro propio camino– un pacto tácito al bebernos dos botellas de pisco a la salida de clases. Pisco de dudosa procedencia, dicho sea de paso. Con mis primos era lo mismo, pero siempre. Con la promo, con los primos, con papá, entre sus amigos y criollazos chistes, entre vaso y vaso, entre piqueo y piqueo, nos quedaban, a todos, el sabor de la palomillada. El gusto, tras el paladar, de la amistad, aquella que aun es niña y que dejamos sacar, Dios bendito, de cuando en cuando.

miércoles, junio 18, 2008

Despedidas

No hay peor ida que aquella que se hace sin haber llegado,
que aquella que ves desde antes del arribo.
No hay peor despedida
que la que que se repite tantas veces que pierdes la cuenta
y se te agotan los adioses por la mano estática de frio.
Que aquellas que se hacen sin antes haber saludado.

No hay peor frio que el que congela desde dentro hacia afuera,
ni peor calor
que el que abraza el punto medio y profundo del pecho.
No hay peor clima que la soledad,
ni mejor exorcismo para un corazón roto que la propia pena.

No hay conclusión más ingrata
que la que te deja con los ojos secos y las manos vacías.

martes, junio 03, 2008

De(s)memoria

Se me perdieron las ganas y los esfuerzos pequeñitos, camuflados, desahuciados;
la mañana se hizo un poco más llevadera y me doliste,
cómo me doliste,
en los pulmones y en la resaca
de un recuerdo que evocaba lo que nunca pasó,
que intentó sin fuerzas y sin triunfo ser lo que pasará;
el humo antes del primer cigarro,
el temblor sin beso;
la calma sin satisfacción, sin tristeza por venir.

Se me mezclaron las ausencias en una despedida tardía o un saludo prematuro.

domingo, junio 01, 2008

Reminiscencia

Es mi palabra pequeña e inútil
frente al gigante monumento
de todo lo que fuiste y eres,
como una semilla seca
en el valle inmaculado de tu vientre.

Viva, la rosa,
en aquella sonrisa, en aquella nostalgia.

viernes, mayo 16, 2008

Ganas-texto breve

Hoy tengo ganas de amanecer con un vaso medio lleno en la mano y con humo escalando mis brazos y coqueteándome tras las orejas, quedándose en mi cabello. Quiero hablar de ti toda la noche sin decir tu nombre, sin llamarte para no verte y morirme de ganas de hacerlo. Quiero dar vueltas, caminar entre las calles mías que tantas veces compartimos, de un lado al otro, entre la neblina, como si tuviera que ir entre este vapor helado y percudido y quebrarlo, impregnarlo de mí y de mis palabras que son tú con otro nombre, que tienen tus olores y tu sonrisa, otra vez la sonrisa que sueltas cuando tomas, otra vez, y ahora tengo ganas de sonreírte y esa sonrisa, aquella tuya que se me hace mía en noches como esta, me da vueltas y el humo que sube, y el vaso que se llena, y la sonrisa que vuelve y la luz dorada que nace del poste en la neblina, y el humo que sale de mi nariz dibujando tu sonrisa, otra vez, frente a mí cuando cierro los ojos y la veo ahí, cerca, tan cerca, cuando cierro los ojos y está ahí frente a mí, esta noche, otra vez.

Amaneceré caminando, quizá sentado, con un vaso medio lleno, terco, con humo saliendo por mi nariz y dibujándote, dibujando la sonrisa y los ojos que se te hacen diminutos al sonreír, tras de mi con el humo que se va gentil, humano, mío.

miércoles, mayo 14, 2008

Petición-texto corto

Amémonos. Amémonos como antes, como cuando todo era nuevo, como cuando el sol se nos filtraba puro por las ventanas, entre las cortinas que revoloteaban, como nosotros, en perpetua sonrisa y emoción. Déjame abrazarte como antes, cuando temblabas un poco mientras descubría tus siluetas y los contornos vírgenes de tu cuerpo.

Abrázame, abrázame con el olor de la felicidad que destilabas sintiéndote mía, viéndote reflejada en mis ojos y en el espacio absoluto de mi pensamiento, repitiendo por siempre nuestros dedos cruzándose, sellando un juramento y un baile.

Tenme una vez más, como antes, como si fuéramos tú y yo, aquellos que éramos antes de ser estos que somos, que se inmolaban de amor bajo algunas hojas sin tiempo y en las caminatas de neblina. Ámame, tenme, suspira y muere en mi pecho agitado en el momento en que se une a ti.

Ámame al momento exacto que te amo, una última vez –si quieres luego te puedes ir, esta vez en serio, para siempre–, que luego yo me las arreglo con el dolor.

viernes, abril 04, 2008

Peréntesis

Desde la pequeña plazuela de Trípoli, sentado en una de las bancas, Renato Castillo pensó en...nada. Tenía una leve sonrisa marca en el rostro, elevada hacia la derecha, su lado distintivo según pensó alguna vez y que habría vuelto a pensar en este momento, si es que pudiera pensar en algo. La plazuela está rodeada por dos escaleras que nacen y mueren juntas, bordeando su área humilde de pequeños jardines laterales y cuatro bancas bipersonales. Al frente está la pista de un solo carril, desde donde se ve el Terrazas y tras un muro pequeño la ladera verdísima que da a la Bajada Balta para ir a la playa. Renato disfrutaba pasar algunas horas ahí, pensando, viendo el color del cielo cambiar, algunos autos pasar, oliendo los yantenes a veces húmedos y fumando marihuana. Pero aquel jueves no podía disfrutar de todo el paquete completo, pues se reconoció incapaz de pensar en algo. No podía divagar y sin inmutarse se sintió -mas no se pensó- mutilado de alguna manera.

Renato no podía pensar en nada, por más que lo intentara, como de hecho hizo. Estaba vivo, lo sabía, respiraba, veía y olía los yantenes y el pasto húmedo por la garúa de la mañana. Se podía mover libremente y podía pensar en su incapacidad para pensar en algo. Pero nada más. No pudo pensar en camiones, ni caimanes, no pudo pensar en Angella, ni en el baterista de Incubus. En su mente aparecía la imagen de un camión, de un caimán, aparecía deslumbrante el rostro claro y lozano de Angella alguna mañana de mayo despertándolo, o el nombre Incubus, pero nada más. No generaba nada, ni una idea, solo imágenes estáticas, como cuadros lejanos, como memorias ajenas.

La sonrisa se le borró y surgió nuevamente, involuntaria tras unos minutos. Se levantó, se acomodó el encendedor en el bolsillo y cruzó los brazos. Cruzó la pista hacia el muro que divide la ladera de la vereda y se sentó ahí. Trató de pensar en algo distinto. La gasolina, los uñeros, una película. Nada. Lo mismo que antes, solo imagenes, como cartillas que se levantan para identificar un nombre con el objeto que representa y fin. Reanato no se sintió frustrado a pesar de sentirse mutilado de alguna manera aún inexplicable para él, no perdió la calma, al contrario lo tomó como una distracción.

Antes del atardecer, tras varias horas entre el muro y las bancas, ida y vuelta, cigarros van, cigarros vienen, se sacudió como si estuviera lleno de polvo o pica pica y caminó a casa. Unas horas después, contándole a Santiago con algo de emoción lo que le sucedió en la plazuela se dio cuenta que a unos metros de las bancas en dirección a su casa, comenzó a pensar nuevamente. Fue tan natural como el vaivén de las olas o como la respiración tras un hipo intruso. La mañana siguiente Renato olió los yantenes otra vez húmedos y pensó otra vez cómo sería no pensar en nada.

martes, marzo 04, 2008

Tres y una más

Me has dejado
y te has ido tres veces sin regresar,
y luego te volviste a ir
como para que quede claro
que me has dejado tres veces y una más.

Y me has dejado el recuerdo
de tus cigarros y el silencio amargo
de la última cama con nuestro olor.

El sabor áspero
de verte partir tres veces, y por si pasa algo,
una vez más.

miércoles, febrero 13, 2008

La Espera IV

Las tardes se hacen largas acá, echado, viendo los colores pasar en el cielo, cuando puedo, hasta morir en la negrura cerrada de la noche. Es siempre lo mismo, tantear el paso de las nubes desgarradas, echas jirones moteados en el cielo, viendo algunas palomas volar sin poder oírlas. En las noches se repite todo, con las luces ámbar de la ciudad que poco a poco duerme y yo la sigo viendo, desde acá, como si fuera eterno, sin tiempo. Como un astro o una montaña.

Me doy cuenta del paso del tiempo viéndome las manos, es la única manera que encuentro de notar los meses que van quedándose atrás. Estoy cansado, hundido en la cama otra vez, gris –supongo- en medio de este mundo que gira y se mantiene igual, haciéndose el prefacio de un libro inexistente, el preludio a una canción que jamás nació, el beso y la caricia del amor que nunca se consumó.

Tengo los días tugurizados en la espalda dentro de las costras invisibles de la espera. Esta cama ya es parte mía, como la roca de Prometeo, y tan solo como él, desde acá arriba, me gasto constante, en la respiración terca. La sien me duele un poco, voltearé la cara a la derecha, la almohada con los meses se me ha hecho bastante cómoda, a ver por la ventana hasta que se acaben el cielo y las palomas mudas.

lunes, febrero 11, 2008

La Espera III

La manera que tienes de sonreír cuando levantas la vista, luego de apagar el cigarro en el cenicero que, a pesar de las horas y las colillas parece no llenarse jamás. Ésa manera, que nace cuando los tragos se nos confunden con las horas y con los abrazos, se me quedó incrustada en el costado y en los sueños de las tardes líquidas, pausadas, seguras del paso. Otro cigarro más y ahora ya no sonríes, ya no estás acá, nunca estuviste. Otro cigarro más, a ver si vuelves.

La noche avanza. Afuera los autos ya no pasan con tanta frecuencia y adentro la música sigue naciendo, acompañando, sugiriendo direcciones en la conversación. La noche se detiene. No avanza y tú no hablas, yo miro el vaso y exhalo sin prisa, y me doy cuenta que se quedará quietecita, con un aire a temor y otro a jardín, como esperando hasta que hables y sonrías otra vez, así como yo. La noche avanza, invariablemente, y se muere en un rosado sin glorias.

Las distancias se multiplican en tus silencios y yo creo que eres cómplice y a lo mejor yo también, cómo saber. Hoy voy a imaginarte caramelo, verde y un poco astuta. Me quedo en blanco, agotándome poco a poco, mientras sigues indiferente, pero dulce, tan dulce en el recuerdo.

lunes, enero 28, 2008

Retazos II

Hoy el cielo está hermoso, pensó Harry mirando hacia arriba como estúpido. El celeste estaba clarísimo, era como ver una impresión de alta definición. Por lo general el cielo de Lima es cerrado, patético, pero por encima de todo es gris y es por eso que se cambiaron roles, el gris impersonal y sofocante ya no es nube, es ahora cielo. Cuando se abre algún espacio en esta frazada ruinosa y se ve el cielo, parece que esa excepción fuera una nube, y que ese engrudo gris fuera cielo efectivamente y no nubes bajas, ligeramente nauseabundas, claustrofóbicas. Sin embargo en esa tarde previa al fin del año el cielo estaba distinto, era como ver leche cortada, como el suelo en el desierto, el celeste vivo se cortaba por el blanco de las nubes. Se veía, por entre los edificios, hacia el oeste que el blanco era dorado y se iba inmaculando hasta llegar al mismo color de la luna que estaba atenta a salir. Que hermoso –dijo para sí mismo Harry- cuánto color…qué bonito. Se quedó contemplando debajo de aquella bóveda inacabable donde flotaban unas pequeñas manchas grises, ¡ese era el cielo de Lima! No, era retazos de ese cielo gris y obstinado. Eran pequeñas nubes, trocitos de algodón percudido que se movían parejos norte, mucho más abajo que aquel fondo celeste y blanco que tanto lo impactó. Bajó la mirada y buscó en su bolsillo un cigarro, lo encendió y echó a andar, a una cuadra se detuvo y volvió a ver hacia arriba. Cualquiera que lo hubiera visto habría pensado que tendría un tic bastante peculiar o que le comenzaba a sangrar la nariz cada cierto tiempo. Cuando vio el cielo otra vez, ya el celeste era violeta y el dorado naranja, y en medio de ambos un rosa tenue, tímido, fugaz.

lunes, enero 21, 2008

Retazos

Yo sabía que César tenía que morirse del corazón. Los dolores en el pecho se le iban haciendo más fuertes y los años se le colgaban de las pequeñas arrugas debajo de los pequeños ojos, y cuando abrazaba se estremecía como de frío. Angina, le dicen; los doctores insisten en llamarlos problemas cardiovasculares y calificaros, fulminantes, como un infarto, pero yo sé que es la enorme pena que implosiona todos los días adentro. La muerte de Victoria le cayó como encima como si Atlas bajara las manos de improvisto. Después de eso, y aunque siempre pensó que el único camino es hacia delante, fue consumiéndose en las noches de insomnio y con la cama fría por la ausencia. Las cosas de ella seguían ahí, tal como estaban antes que la llevaran al hospital como tantas otras veces esos tres meses finales. Era una vez más, una raya más al tigre. El cáncer que injustamente la fue devorando en silencio estaba, según los médicos que llaman a la pena infarto, controlado y encapsulado señora, usted no se preocupe que todo salió bien y a partir de ahora venga cada seis meses para sus chequeos, la señorita de la ventanilla uno le dará su cita ahora mismo si desea. Pero cuando la gripe se volvió inamovilidad y la sonrisa y los gritos de jovial ancianidad se le cortaron entre las quejas mudas, y el orín se tornó sangre, no quedó más que despedirse efusivamente y con la paz que dan esos momentos irremediables el último lunes, ante el presentimiento del colapso de su cuerpecito que, a esas alturas de la angustia, ya era un hecho consumado e irrefutable. El teléfono seguía en su lado de la cama y la pijama de Vicky aún, mal doblada, bajo la almohada. Los rosarios continuaban, como si hubieran estado ahí desde antes del tiempo, colgados en la pared, los papeles escritos, las cuentas y las boletas en los cajones y en los sobres que nadie movía y que jamás se empolvaban. La pena lo consumió. El cáncer a ella y la pena a él. Es como esos hoyos negros en el espacio que consumen todo, esos hoyos que los científicos no saben -por más que lo disimulen- qué son en realidad. Yo creo que es la pena enorme de Dios.