miércoles, julio 30, 2008

La Valse d'Amelie

La música llena la sala. El piano va adueñándose del ambiente y lo comparte con el humo del cigarrillo que, fuera de ritmo, baila caprichosamente hasta desaparecer. Yo estoy quieto y veo las notas formar tu nombre en el aire. Andante. Quisiera poder tocar así, no sé quién es, pero está invocándote en cada tecla y sus silencios son los míos. Sus agudos son tus lágrimas, sus graves mis ideas nocturnas y sus silencios, los míos, otra vez.

Esta noche el mar enfría las calles. El piano sigue, constante en sus movimientos como el tiempo, inconsciente de cualquier cosa que escape a sí mismo, a todo lo que está más allá de él. Tu nombre reverbera sutil entre los compases. Contrapunto. Los cigarros, como las notas, no dejan de aparecer, uno tras otro, como si fueran uno, al igual que las notas. Y se deshacen en sí mismos, como las notas. Notas y humo. Teclas y cigarros. Y yo. Y tú, sabe Dios dónde.

Adagio. El humo se calma. Me entiende, es comprensivo esta noche, es compañía, es la reafirmación de la soledad, aquella soledad que es peor cuando es de noche y solo suena un piano y el crujir del cigarrillo consumirse sin haberlo tocado.





5 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por compartir un pucho, mi buen amigo.

Jessica dijo...

Una ausencia se materializa en las cosas que nos rodean, confabulándose con el recuerdo. Y desarmados, no nos queda mas que admirarla y envolvernos en ella.

Facil que a las finales es una treta suya para evitar que nos sintamos solos.

Anónimo dijo...

Ausencias y presencias. Siempre estamos yendo y viniendo. ¿Adónde? No lo sé, ojalá pronto lo descubra, mientras tanto a seguir escuchando El vals de Amelié.

Efímera dijo...

¿Donde escuchaste música tan bonita?

Carla Valdivia Rosello dijo...

me gusto un monton