sábado, setiembre 29, 2007

El cigarro y el café

Tenía el mentón y algunos ángulos de la nariz de roble y a veces de Al Pacino interpretando a un coronel ciego. El cabello, siempre limpio, siempre suave, siempre entrecano, peinado hacia atrás. ¿Recuerdas cómo te quedabas inmóvil a veces contemplando el vapor del café en la medialuz del comedor? De ti me quedó lo de tomar café y acaso también la afición por el cigarro, que si no es por ti, es para ti en un homenaje o en un recuerdo, en fin.

Hoy es tarde que se muere. Es tarde fría en las manos, recurrente, y las moras siguen tal como las dejaste acá en la calle Berlín. A veces caminaba hasta tarde en la noche. A veces camino yo también por Miraflores y me gozo en silencio en sus garúas. Voy por calles que transito desde antes de conocer y me paro en una esquina a ver como la noche me ve desde arriba.

Tenía la piel nacarada y la frente amplia. Su andar, pausado y seguro parecía el del tiempo. Era duro y firme y los te quiero se le escapaban con mucho esfuerzo por un huequito pequeño en la piel, luego abrían los brazos libres y eran enormes y hermosos, como un atardecer que es tan grande que es amanecer y de nuevo atardecer. Fumaba cigarrillos Hamilton, usaba de cuando en cuando un gabán negro de aires solemnes y no tomaba muy en serio el color de las casas.

Algunas noches me quedo, como en esta noche que nace prematura, pensándote y recuerdo el mantra que me regalaste, veo el cuadro que me regalaste y las lecciones que también me regalaste a tu manera, me echo de nuevo en la cama y otra vez es una noche pretérita y otra vez me abrazas con esas manos grandes de huesos sólidos y egocéntricos, ya es hora de dormir. Hasta mañana.

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