sábado, enero 27, 2007

La leyenda (urbana) de Antonio el mecánico

Nunca entendí que quiso decir con eso. Es más, nunca entendí, literalmente, lo que significaba, asumía que era una especie de advertencia por el tono que usaba o una amenaza leve y algo asolapada, pero en realidad, no tenía mayor idea. Recuerdo un sonido estridente y nada más. ¿Todo está bien doctor?...

Antonio no supo, hasta el momento en que se lo repitieron por cuarta vez (las dos primeras estaba semi conciente y la tercera perdió el conocimiento), que perdió las piernas. Trabajaba en un taller mecánico, recién era su segunda semana, y a pesar que en su Honduras natal ya había fungido de reparador de carcochas, las cosas en Los Ángeles, eran muy distintas.

Llevaba en el hospital ya unas 70 horas. La barra hidráulica que levantaba los autos bajó repentinamente cuando Antonio movió una de las palancas del tablero de control. El señor Hoover se lo dijo, pero su extraña pronunciación, junto con su poquísima habilidad para comunicarse verbalmente y la ausencia alguna de ganas de querer advertirle algo a alguien, en adición al oído aturdido de Antonio por los decibeles de un taladreo unos metros más allá, no permitieron que capte la advertencia que, como si se tratase de un pequeño niño que jala el mantel de la mesa y toda la vajilla está a punto de destrozarse en el suelo, soltó el gordo Hoover inútilmente aquel martes en el taller de la calle Clifferson 445.

Desde ese momento en el que se supo lisiado nunca más habló. Ni con su mujer, que por cada minuto de silencio de su esposo, lloraba otros dos, ni con sus hijas. Un día desapareció. No lo encontraron en ningún lugar del hospital y no trataron de hacerlo muy lejos porque sin piernas no podría huir mucho y, además, un ilegal no merecía tal labor.

Dicen que desde ese día merodea por los talleres que abren hasta tarde, en harapos y casi al ras del suelo, como un niño mendigo o un zafarrancho de carne y tiras de tela y algo de hojalata. Que recorre las oscuras y peligrosas calles, entre los barrios avernales en busca de algún sudaca laborioso. Dicen también que se acerca silencioso y queda como bulto en el piso y que a los mecánicos que se le acercan les corta la garganta para que guarden silencio y luego les arranca las piernas. Los cuerpos y las extremidades mutiladas los lleva al cementerio de autos en la periferia norte de la ciudad, donde en silencio, siempre en silencio, espera que sea de noche para encontrar a otro mecánico. Con suerte, al señor Hoover.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno. Me gusta mucho tu blog!

Anónimo dijo...

¿Te imaginas qué aburrido sería si todo lo pudiéramos entender?... dónde quedaría la diferencia de opinión, el debate, las discusiones... y la reconciliación...

gracias por tu aporte,
besos,

Zoa dijo...

Gracias por haber entrado en mi blog y por tus comentarios. Eso anima mucho. La verdad es que para mi la foto de "Fuego entre los Arboles", también es muy especial. Gracias de nuevo.

Saludos!

Anónimo dijo...

No sé cómo llegué acá, pero llegué... me ha gustado mucho tu blog, espero poder seguir leyendóte. Saludos.

capitán pezuña dijo...

Zoa, gracias por el aporte a este espacio, tus fotos, en especial esa, es, como te dije, muy buena. espero que continúes visitando estos lares de cuando en cuando.

Celeste, así generalmente se llega a donde uno termina estando, sin darse cuenta. Gracias por tus palabras y eres bienvenida cuando gustes.