domingo, octubre 08, 2006

MIRADAS Y VICEVERSA

Cuestiones que se originan al ver y dejarse ver. Muy recomendable.


“Llorando a aquella que creyó amarme” es el nombre que escogió Alberto García Alix para su más reciente exposición fotográfica. Una mirada ácida, un relato espasmódico de retratos, y no sólo en el aspecto convencional del término, sino retratos de ideas y sensaciones por medio de cada fotografía. Volviéndose un paseo por una alameda de impresiones.

La manera de tocar puntos de personalidad en cada una de sus composiciones y lograr transmitir sensaciones mediante actitudes, de forma completamente clara, valiéndose de formas sugestivas, y en la mayoría de los casos creando un registro explícito, es resaltante. Utilizando posturas (a veces sólo un gesto) congeladas; dejándolas desamparadas de todo menos de sí mismas mediante la quietud mausoléica del blanco y negro, aniquila todo pasado referencial y evita todo futuro probable. La imagen está despojada de juicio alguno, en una entera libertad expresiva y enunciante.

García Alix no juzga, sólo señala, retrata aquello que nadie quiere ver. Las parias de la sociedad. Se vale de la prostituta, del motociclista errante, del actor porno, del tatuaje escandaloso y la droga, de la ambigüedad sexual, para mostrar que sí existen tales cosas. Que no por hablar de ellas en secreto y susurrando dejaron de ser o estar.

Sin embargo y aunque su obra -o por lo menos esta parcela de obra, debo decir que no estoy familiarizado con él ni su trabajo, no de manera entera y cabal; no obstante logré sentir una suerte de deja-vu sensorial- se propone como una apuesta sórdida, no lo es. La ternura y la representación de esas ansias que se sienten, por medio segundo en algún momento y luego pasan, por más diminutas y fugaces que sean, no se olvidan. Quedan tatuadas en el alma, como los garabatos de tinta vegetal en los brazos de fotógrafo.

La soledad, recurrente tópico en la muestra, se ve particularmente magnificada en “El dolor de Elena del Mar-1998” donde una joven rapada, desnuda, con la mirada distante, está sentada fumando un cigarrillo, probablemente el último que tiene. Melancolía en niveles tan altos, de un arraigo tan universal y profundo, que no es extraño que no se pueda ver la foto más de 15 segundos. Algo nos dice que debemos dejarla sola en su incontenible melancolía, en esa armonía solitaria propia de un ángel caído o de un coyote famélico.

La ternura y la sumisión (que logra causar el efecto de ternura en muchos casos) fueron tocadas muy heterodoxamente en las fotografías donde aparece la actriz porno llamada Michelle. En una de estas, sale acompañada por un compañero de oficio, empero la relación entre ambos no se basa principalmente en sexo, sino que pretende mostrar un lado más humano. Son personas, se conocen, probablemente tengan familia, parejas y hasta hijos, ¿qué tiene pues, que sean actores porno? No es gratuita esa pregunta, se puede plantear a lo largo de toda la muestra, sólo basta cambiar las dos últimas palabras de la interrogante y colocar en su lugar lo que se plazca: drogadictos, prostitutas, homosexuales, suicidas, etc. Todas son personas, todos sienten, hagan lo que hagan, hayan elegido el camino que eligieron ¿acaso eso los priva de su humanidad? Dejar de lado los juicios de valor, ser realmente sinceros y empáticos, sin caretas, reconstituir una escala de valores de acuerdo a las verdaderas pautas en las que nos encontramos, todo esto sin justificar algún proceder en particular ni abanderando algún credo por encima de otro, es lo que propone el autor.

Una muestra de ello es el retrato Gioconda, el que podría ser la foto más correcta, menos ofensiva. Es sólo un retrato común y silvestre de alguien que no representa tacha alguna a código moral alguno, más bien, sugiere perfección, belleza y claridad, evocando al famosísimo cuadro renacentista. Sin embargo la toma está fuera de foco. Borrosa. De tal manera que no se puede ver en detalle el rostro, no obstante la belleza de la toma trasciende la imposibilidad de verificar y atender a los detalles. Es bella porque transmite belleza, no porque necesariamente lo sea.


En la primera línea, en la vanguardia de este texto, se alza vigoroso el nombre de la exposición. El nombre tampoco es gratuito. Llorando a aquella que creyó amarme. Aquella, que se alza como un recuerdo punzante y lejano, no lo amó, sólo creyó hacerlo. Nuevamente García Alix, propone, mas no impone. No juzga, por más íntima que puede ser la cuestión, si está bien que lo haya amado o haya creído amarlo. Deja la problemática deambulando en las reflexiones del espectador y en sus propias experiencias. No es casualidad que la fotografía que leva el nombre de la muestra, sea de un maniquí con un traje de noche, aquellos con “lluvia”. Tan frío como abrumador.


Texto originalmente escrito en marzo del 2006, a propósito de la exposición de la mencionada muestra, realizada en el Centro Cultural España. (Nota del autor)

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