miércoles, mayo 30, 2007

La Espera II

Entre las páginas reviso tus cartas. No son tuyas, no eres tú quien las escribió y hace tanto ya, que es un tiempo que es de otro espacio; no son de un pretérito común, más bien uno universal, uno prestado con derecho y con cierta complicidad. Sin embargo, tú, en el mismo momento que las veo, estás, sabe Dios dónde, ignorando que te extraño en unas cartas que no son tuyas ni mías, del todo.

Las letras, y las promesas, y los olores son tan nebulosos y de un destinatario tan ajeno a mí. Pero eso no significa que no sean mías, y de una forma u otra, en todo caso, de todas formas, son mías también y tuyas, por qué no y ahora sí, en esta línea, lo son del todo y sin duda. Cada día es una carta nueva, una correspondencia inédita, no obstante, tan leída. Cada lectura es, en el frío que persiste obstinado, un nueva historia que sedimentó hace tanto ya, los hondos pilares que soy.

Y allá tú, estoy seguro, aún ves al igual que yo las tuyas, las cartas mías, si no en una hoja, en una pantalla o, donde mejor se preservan, en alguna habitación del palacio de tu memoria. Y estoy seguro que lees, en letras que no son mías y en otras que no fueron mías, lo que te dije y tras ello, lo que te quise decir. Y estoy seguro, escribiendo solo, que en el silencio que separan tus lecturas supuestas y las mías expuestas, que nos encontramos, en esa coma comprensiva y en ese punto final.

martes, mayo 22, 2007

La Espera I

Esperé sentado hasta que el frío era lo único que sentía. Detrás quedó el temblor de mis manos y la bocanada de humo antes de dejar caer el cigarro. El aire entraba helado por mi nariz, y aunque eso me daba cierta paz, también creaba una ansiedad que, lenta y como un depredador, avanzaba por la boca de mi estomago y rampaba hacia mi esternón.

De cuando en cuando recuerdo, no del todo bien, volteaba a ver algo hacia algún lado. Afinaba el oído al silencio total y a las conversaciones lejanas que sostenían extraños al pasar, dejaba al tiempo transcurrir, dejaba que se olvide de mí yo me dejaba olvidarlo también.

Luego de caminar y dormir, sólo me quedó el recuerdo de la garúa, el frío en el fémur y las calles miraflorinas tatuadas, como siempre y desde siempre, tras los párpados. Aún no eran las cinco de la mañana, pero el descanso parecía suficiente. Me levanté y preparé un café. Tomándolo, con el primer cigarro de la mañana que nacía a duras penas, seguí esperando.

domingo, mayo 06, 2007

No hay historia perfecta,
ni encuentro casual;
y ahora, tú y el frío, en la laguna distante de mi sien.

Y otra vez tú,
desde lejos, entre la insistencia de tus ecos,
desgastando las murallas de un Jericó ni tan pagano,
pero mas árido.

Y otra vez yo,
reinventándote en el recuerdo sin tiempo.


Son olas, todas olas, tan cíclicas y tan saladas.