lunes, julio 27, 2009

A las tres de la mañana

Javier despertó y vio el reloj con algún esfuerzo. Eran las tres de la mañana en punto. Pensó: es una hora tan predecible, tan de guión. Se levantó, se sacudió por un escalofrío y puso un disco de Clapton. 'Three O' Clock Blues' comenzó a sonar. Era una elección evidente. Prendió un cigarro a oscuras y se echó sin ganas de dormir más.

La madrugada se movía lentamente. Una garúa percudida caía sin rigor sobre Lima. La brasa del cigarro y la luz verde del equipo de sonido alumbraban inútilmente el cuarto. Qué carajo, pensó Javier. El sonido de la guitarra, con metálicas trenzas hacía las funciones de frazada y de gotera. Una contradicción, pensó Javier, qué carajo.

Por la ventana se deslizaba una gota, solo una, sin que Javier la note. Iba bajando, haciendo algunas curvas en su camino. Se detenía. A Javier, en la cama, las manos heladas, los pies entumecidos, las legañas en el alma resfriada, le pesaban las ideas. Sus brazos largos se movía a penas, uno sobre el estómago con el vaivén de la respiración, otro llevando el cigarro a la boca y bajándolo hasta estar a punto de tocar el piso. Sube y baja y la gota, al otro lado, baja y baja.

Javier pensó en que no recordaba haber soñado nada. Hizo memoria: no recordaba haber soñado en un lapso indefinido que sospechó prolongado. Si alguien en ese momento aparecía frente a él y le preguntaba hace cuánto no soñaba, él no hubiera podido haber conjurado respuesta alguna. Eso lo perturbó. El humo le raspaba la garganta, la noche le arañaba los huesos, el tiempo le enterraba la cabeza.

La canción acabó. La gota cayó de la ventana. Javier apagó el cigarro , se echó a dormir y soñó que el olor de los jazmines a la seis de la tarde es un placer dado solo a algunos.

domingo, julio 05, 2009

Premonición

Entonces el corazón se quedó petrificado en un latido imposible,
a un paso,
con el aliento siempre por salir,
la palabra no nata, la intención quebrada;
sus manos temblorosas
no se movieron nunca más en ese a punto de,
y los ojos,
–los propios y no los otros, esos tan otros y tan allá, al frente de uno–
juntos como hermanitos, en el borde mismo del parpadeo
mirando lo quieto que se está
cuando la carne es piedra y el aire arena.

–La voz yace colgada, a esa misma hora, de una soga en un cuarto chico y solo, en alguna parte. sus manos muertas se balancean obstinadas en un violeta de octubre tan alegre y tan dos de la mañana–.

Y entre otras cosas, además.
Por eso bailas,
y tus pasos,
tuyos y de quienes los toman por tu gana de hacerlos suyos,
son los crueles picotazos del buitre en el vientre
y la roca, del otro lado,
eterna como el buitre, el picotazo y el baile,
cruel y sin decir, al menos, buenas noches.