viernes, abril 04, 2008

Peréntesis

Desde la pequeña plazuela de Trípoli, sentado en una de las bancas, Renato Castillo pensó en...nada. Tenía una leve sonrisa marca en el rostro, elevada hacia la derecha, su lado distintivo según pensó alguna vez y que habría vuelto a pensar en este momento, si es que pudiera pensar en algo. La plazuela está rodeada por dos escaleras que nacen y mueren juntas, bordeando su área humilde de pequeños jardines laterales y cuatro bancas bipersonales. Al frente está la pista de un solo carril, desde donde se ve el Terrazas y tras un muro pequeño la ladera verdísima que da a la Bajada Balta para ir a la playa. Renato disfrutaba pasar algunas horas ahí, pensando, viendo el color del cielo cambiar, algunos autos pasar, oliendo los yantenes a veces húmedos y fumando marihuana. Pero aquel jueves no podía disfrutar de todo el paquete completo, pues se reconoció incapaz de pensar en algo. No podía divagar y sin inmutarse se sintió -mas no se pensó- mutilado de alguna manera.

Renato no podía pensar en nada, por más que lo intentara, como de hecho hizo. Estaba vivo, lo sabía, respiraba, veía y olía los yantenes y el pasto húmedo por la garúa de la mañana. Se podía mover libremente y podía pensar en su incapacidad para pensar en algo. Pero nada más. No pudo pensar en camiones, ni caimanes, no pudo pensar en Angella, ni en el baterista de Incubus. En su mente aparecía la imagen de un camión, de un caimán, aparecía deslumbrante el rostro claro y lozano de Angella alguna mañana de mayo despertándolo, o el nombre Incubus, pero nada más. No generaba nada, ni una idea, solo imágenes estáticas, como cuadros lejanos, como memorias ajenas.

La sonrisa se le borró y surgió nuevamente, involuntaria tras unos minutos. Se levantó, se acomodó el encendedor en el bolsillo y cruzó los brazos. Cruzó la pista hacia el muro que divide la ladera de la vereda y se sentó ahí. Trató de pensar en algo distinto. La gasolina, los uñeros, una película. Nada. Lo mismo que antes, solo imagenes, como cartillas que se levantan para identificar un nombre con el objeto que representa y fin. Reanato no se sintió frustrado a pesar de sentirse mutilado de alguna manera aún inexplicable para él, no perdió la calma, al contrario lo tomó como una distracción.

Antes del atardecer, tras varias horas entre el muro y las bancas, ida y vuelta, cigarros van, cigarros vienen, se sacudió como si estuviera lleno de polvo o pica pica y caminó a casa. Unas horas después, contándole a Santiago con algo de emoción lo que le sucedió en la plazuela se dio cuenta que a unos metros de las bancas en dirección a su casa, comenzó a pensar nuevamente. Fue tan natural como el vaivén de las olas o como la respiración tras un hipo intruso. La mañana siguiente Renato olió los yantenes otra vez húmedos y pensó otra vez cómo sería no pensar en nada.