miércoles, febrero 13, 2008

La Espera IV

Las tardes se hacen largas acá, echado, viendo los colores pasar en el cielo, cuando puedo, hasta morir en la negrura cerrada de la noche. Es siempre lo mismo, tantear el paso de las nubes desgarradas, echas jirones moteados en el cielo, viendo algunas palomas volar sin poder oírlas. En las noches se repite todo, con las luces ámbar de la ciudad que poco a poco duerme y yo la sigo viendo, desde acá, como si fuera eterno, sin tiempo. Como un astro o una montaña.

Me doy cuenta del paso del tiempo viéndome las manos, es la única manera que encuentro de notar los meses que van quedándose atrás. Estoy cansado, hundido en la cama otra vez, gris –supongo- en medio de este mundo que gira y se mantiene igual, haciéndose el prefacio de un libro inexistente, el preludio a una canción que jamás nació, el beso y la caricia del amor que nunca se consumó.

Tengo los días tugurizados en la espalda dentro de las costras invisibles de la espera. Esta cama ya es parte mía, como la roca de Prometeo, y tan solo como él, desde acá arriba, me gasto constante, en la respiración terca. La sien me duele un poco, voltearé la cara a la derecha, la almohada con los meses se me ha hecho bastante cómoda, a ver por la ventana hasta que se acaben el cielo y las palomas mudas.

lunes, febrero 11, 2008

La Espera III

La manera que tienes de sonreír cuando levantas la vista, luego de apagar el cigarro en el cenicero que, a pesar de las horas y las colillas parece no llenarse jamás. Ésa manera, que nace cuando los tragos se nos confunden con las horas y con los abrazos, se me quedó incrustada en el costado y en los sueños de las tardes líquidas, pausadas, seguras del paso. Otro cigarro más y ahora ya no sonríes, ya no estás acá, nunca estuviste. Otro cigarro más, a ver si vuelves.

La noche avanza. Afuera los autos ya no pasan con tanta frecuencia y adentro la música sigue naciendo, acompañando, sugiriendo direcciones en la conversación. La noche se detiene. No avanza y tú no hablas, yo miro el vaso y exhalo sin prisa, y me doy cuenta que se quedará quietecita, con un aire a temor y otro a jardín, como esperando hasta que hables y sonrías otra vez, así como yo. La noche avanza, invariablemente, y se muere en un rosado sin glorias.

Las distancias se multiplican en tus silencios y yo creo que eres cómplice y a lo mejor yo también, cómo saber. Hoy voy a imaginarte caramelo, verde y un poco astuta. Me quedo en blanco, agotándome poco a poco, mientras sigues indiferente, pero dulce, tan dulce en el recuerdo.