domingo, diciembre 23, 2007

Epitafio ideal de fin de año

La risa es como el amor. Lo mejor de ambos es cuando nacen, cuando explotan por sí mismos. La supernova de su sinceridad, la pequeña lágrima que nace con ellos. Cuando se enredan en el cuerpo, en los brazos abiertos que abrazan al mundo, la mañana, y los ojos que atraviesan los espacios insondables, que entran cómodos al pecho, al cuello, a los ojos que los ven y también entran.

Los mejor del amor es cuando te hace sonreír. Lo mejor de la risa es cuando te hace amar. Los mejor de ambos es el sabor detrás del paladar de como haber vencido al tiempo, es la respiración, el cosquilleo en los dedos que se tuercen; las pequeñas pausas, los espasmos, los latidos compartidos.

Lo peor de ambos no es cuando se detienen, es cuando ya no siguen más, cuando se agotan y quedan como el humo débil de una vela que no sobrevivió a la vigilia. Es cuando sabes que eso va a pasar, justo en el instante previo a que suceda. Lo peor de ambos es el silencio que les sigue, es apagarse, es cuando las manos caen y se nos arruga la frente, y nos encorvamos, cuando nos quedamos sentados sin nada que decir, más que recordar y manosear una última vez los que nunca más será.

Lo peor del amor es cuando te desvelas en silencio. Lo peor de la risa es cuando su silencio te desvela. Lo peor de ambos es extrañarlos, son los acordes menores que flotan alrededor, es la melancolía, es la nostalgia.

Lo peor de ambos es la lágrima que queda.

jueves, diciembre 20, 2007

El domingo por la tarde

-¿Me alcanzas el encendedor?-preguntó Tomás a la vez que lo señalaba sin verlo, como si fuera un tanto una orden y otro tanto una ayuda para encontrarlo.

-Acá está-respondió Alex y lo lanzó descuidado.

El cuarto no tenía mucha luz y la poca que se filtraba de esa tarde famélica entre las cortinas se ahogaba, como ellos, en el humo y el ronroneo de la música. Era domingo. Era la hora más muerta de la tarde.

-Creo que este bimestre ha sido bastante seco, pero seco como un tronco viejo, como el pasto quemado por el sol.- Espetó Tomás y dio una pitada- No sé por qué, pero creo que fue atareado, sin respiros.

-¿Qué hablas?

-Sí, en serio, ¿no te parece?- Alex ensayó un silencio, miró por las persianas y se dio media vuelta. Acercó el cenicero a la cama. La canción terminó y el silencio entre esa pista y la siguiente tuvo particular notoriedad. Comenzó Dazed and Confused.

-Oe, y...¿qué fue ayer?-, preguntó Alex.

- ¿Qué fue de qué?

-Qué fue de la flaquita esa pues, con la que estabas conversando.

-Estaba buena ¿no?, Es del Carmelitas, creo que se llama Sandra. Tomás dio otra pitada como para hacer memoria, pero fue tan útil como un salvavidas de granito.

-Sí, jaja, le mostraste el cuaderno que llevas en el morral ¿no?

-Sí, pero ¿qué tiene de malo?

-Nada compare', nada. Pásame otro pucho -Clik. El fuego sale en una llama más bien gorda. Primero se prende el papel del cigarrillo, luego el tabaco y la primera bocanada de humo. -El primer golpe de un pucho prendido con un Zippo es delicioso-Pausa-. Mejor si es en un fino cigarrillo de tabaco rubio. Tomás se queda viendo el humo, como si la frase de Alex se fuera a dibujar en el aire. Los dos se ríen.

-Me quito, ya van a ser las ocho, mañana tengo examen de mate, felizmente ya se acaba el año -dice Tomás. Se levanta, guarda su cajetilla en el bolsillo izquierdo, como lo hará hasta el día que se muera, y sus llaves en el derecho. -Ya nos vemos, despídeme de tus viejos.

-Nos vidrios. Ya se acaba el año, y se viene veranito, lindo veranito.

-Lindo veranito.

miércoles, diciembre 19, 2007

Caída

Este noviembre fue demasiado frío para mi gusto, demasiado seco, demasiado usado; fue un noviembre repetido, desgastado, como un discurso antiguo y obsoleto, como una despedida reiterativa de ocre y humo. Esto se siente ahora tan bien, por fin un poco de silencio. Es como estar frente al mar, frente a la sonrisa mía una nochebuena en la tarde. Ahora todo está borroso, empañado por la neblina, las páginas y las madrugadas y los ceniceros rebozando como pequeños volcanes desgraciados. Es solo este delicado aire rosándome el cabello y el frío sudor de las manos.

A veces todos necesitamos que alguien nos diga que todo va a salir bien, no importa si es en un libro, una canción, en cualquier contexto. Las cosas siempre pasan, se van y solo les queda el surco hecho en la frente cansada, sudando; la almohada y la luz que se consume en la oscuridad del cuarto que solo te tiene a ti, solo a ti.

Silencio

Puntos suspensivos.

Me siento cómodo, casi familiar en esta posición. Y mi mente está liberándose de todo. Me quedan los desvelos y las pausas enormes luego de amar, las soledades acumuladas bajo el pecho en la cama; me quedan también las mentiras que creí y los abrazos que saboreamos, me quedan, me quedan allá, lejos, en el primer paso y se hacen chiquititos, cada vez más pequeños a la distancia. Estoy cómodo.

El aire en mi rostro...

La caída fue rápida, los veinte pisos se hicieron nada, cortesía de la gravedad, y el golpe contra el pavimento fue seco, casi olímpico.